De nuevo, reedito.
* * *
Es natural, por mero instinto de conservación y pulsión egoísta, amar a nuestros semejantes. En ellos vemos a nuestros aliados y colaboradores, a nuestros iguales, a quienes no debemos temer por ser su fuerza similar a la nuestra y a quienes debemos amar en tanto que juntos formamos una misma comunidad de intereses.
La práctica es salutífera, pero su raíz es viciosa. Porque si sólo amamos a lo que se nos parece, derivaremos la moral social del amor propio, sujeto a contingencias psicológicas, reacio a las leyes. Y si sólo somos amigos de quienes pueden favorecernos, convertiremos la amistad en un sinónimo de debilidad. Los más fuertes serán necesariamente insociables, estando destinados a integrarse aristocráticamente en la humanidad mediante su subyugación, como creía Nietzsche cuando concibió a su superhombre.
Nietzsche es la "reductio ad absurdum" del derecho natural. Porque, aunque no se nos mande odiar a nuestros amigos, precepto verdaderamente contrario a la naturaleza, el poderoso en grado sumo no requerirá de ellos y, o bien los dejará de lado, o bien pasará por encima de sus cabezas. Lo que equivale al odio.
Tenemos, pues, que odiar al amigo es inadmisible, pero que amarlo en tanto que tal también es vicioso. ¿Cabe un tercero? Sí, amar al enemigo. Es la escapatoria superior que nos ofrece el Evangelio para fundar la ética. Cualquier otra consideración es nociva y lleva en sí la semilla del error y del desorden.
El derecho natural dice: conserva tu vida, aunque tengas que hacer el mal; el derecho divino establece: no hagas el mal, aunque tengas que morir. Pero el derecho divino no nos inclina a perder la vida, no se opone a la premisa del derecho natural, "conserva tu vida", sino que la circunscribe en una esfera mayor: la de la vida eterna.
Con el matrimonio sucede algo parecido. El derecho natural dice: en el matrimonio actúa según tu conveniencia, aunque luego te separes; el derecho divino establece: no te separes, aunque ello atente contra tu conveniencia. No se está en contra de perseguir la propia conveniencia, sino de atentar contra la conveniencia común. De nuevo, se remite a una esfera más amplia para lograr la armonía.
viernes, 12 de octubre de 2007
La verdadera moral es superior a la naturaleza
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5 comentarios:
"Pero el derecho divino no nos inclina a perder la vida, no se opone a la premisa del derecho natural, "conserva tu vida", sino que la circunscribe en una esfera mayor: la de la vida eterna."
O sea que siempre hacemos un buen negocio: una vida miserable, la natural, a cambio de una muy sabrosa: la vida eterna. Cual es aqui la superioridad moral? Este negocio lo hace hasta un tonto. No se necesita ser un santo ni tener superioridad moral si hago un negocio donde a cambio de uno me dan cien, y en este caso millones. Claro, siempre y cuando la oferta no sea un truco, pero cómo va a ser un truco si dios existe?
Lo que me dejaría boquiabierto es que un creyente noble y bueno, esté dispuesto a darle su lugar en el paraiso a un malvado y cambio de eso irse al infierno. Esto si sería una muestra de santidad.
Si te pones a ver, los creyentes malvados en último término, lo que son es malos comerciantes. Con lo cual tendriamos que los cristianos que se portan bien, al final no es que son buena gente sino buenos comercianes.
Dios debería darse cuenta que todos no nacen con las mismas dotes para los negocios, y puede que sea culpa de El.
Por otra parte, fíjate que los ateos si somo unos santos: yo estoy dispuesto a darte mi lugar en el cielo e irme al infierno. El precio te lo digo después, pero será en euros y tu siempre saldrás ganando.
La última frase: "se remite a una esfera más amplia para lograr la armonía", podría ser el resumen de todo intento por conseguir un "orden" social(constitución, moral, gobierno).
Algunas acotaciones simples que habría que hacerles a muchos filósofos:
Amar a nuestros semjantes muchas veces es un acto que no se razona. Suponer que es la biología quien razona eso por nosotros midiendo la cantidad de dinero, las influencias, el nivel de fuerza he inteligencia que tiene nuestro prójimo es pedir mucho, pues la biología se rige por leyes químicas relativamente "simples". Además, muchismos aman a quienes con el tiempo terminan por llevarlos a desastres, quienes perfectamente podrían estar calificados como sus enemigos -y eso sin la necesidad de un evangelio-.
Por último:
El superhombre es quien ha logrado vivir sin que exista un sentido para vivir, ya no necesita nada. ¿Por qué habría de querer tener una excusa para detenerse y tratar con un semejante sí se le da la gana?. La libertad implica riesgos.
PD: Depende del diccionario que se use, pero en mi caso la "ética" se define como: - Ciencia que estudia la moral, no como un código de normas; aunque en la práctica, ética y moral se usen como sinónimos... (Separar los conceptos a veces puede ser útil)...
PS
Daniel:
Que cree que pasaría si mañana Cristo aparece y dice:
Les tengo una buena noticia y otra mala:
La buena es que no hay infierno y la mala es que no hay cielo ni vida eterna.
Crees que entonces "todo estaría permitido"?
Simbol, voy a responderte a ti, pero también a muchos otros ateos que tienen la misma línea de argumentación sobre el altruismo ateo y el egoísmo interesado de los creyentes.
Pienso que en los dos lados podemos encontrar diferentes niveles de desinterés: los católicos llamamos santos a los que han llegado a un nivel heroico de desinterés en su forma de amar.
Pero siempre se ha considerado que actuar por miedo al infierno o para recibir el cielo como paga es una perspectiva imperfecta y egoísta que estamos llamados a superar, o sea, no es el ideal al cual tender, aunque pueda ser un punto de partida en muchos casos (en el 4° o 5° capítulo de la primera carta de san Juan está escrita la frase “el amor perfecto expulsa el temor”).
El egoísmo no está en saber que si amamos desinteresadamente las consecuencias serán positivas para nosotros, sino en que esas consecuencias positivas sean buscadas como el fin último de nuestra acción; en cambio, si el fin último de mi acción (es decir, la intención de mi acto) es el bien de los demás, entonces mi acto es desinteresado, aunque intelectualmente sepa que las consecuencias serán positivas para mí de una u otra forma.
Es notable que en los escritos de los místicos se leen frases del tipo: “te amaría aunque no hubiera cielo ni infierno”. ¿Dónde está el secreto para vivir ese desinterés? En que el corazón humano ha sido creado por Dios con esa determinación, y cuando la vive, se encuentra en su lugar, encuentra la paz y la alegría en medio incluso de los sufrimientos (y eso también pueden experimentarlo los ateos a su manera). Y la vida eterna es precisamente entrar en esa corriente de amor desinteresado: soy amado desinteresadamente y amo desinteresadamente.
El infierno es salirse de esa armonía, por eso los dos ya empiezan en esta vida (y se prolongan después de la muerte).
No creo, como dice Irichc, que el amor de los enemigos sea una especie de síntesis filosófica al estilo hegeliano (tesis, antítesis y síntesis); aunque de hecho se lo puede considerar así, lo que Jesucristo vivió como amor de los enemigos, es una de las formas de amar de Dios (pero en Jesús expresado de forma humana): es el amor totalmente desinteresado, que no espera nada a cambio… eso es sólo posible para alguien divino, que no necesita de nada ni de nadie. Esta es la revelación central del cristianismo (que por supuesto tiene implicaciones ontológicas, pero la perspectiva práctica es lo fundamental): “Amaos unos a otros COMO YO os he amado”. Totalmente imposible de vivir para nosotros; posible con la gracia de Dios.
Y respondiendo a tu objeción (el desinterés de ir al infierno en lugar de un condenado): me recuerda el final de la película de Keanu Reeves (“Constantin”), donde él acepta ir al infierno para sacar a una condenada, y es precisamente ese acto de desinterés supremo el que… ¡lo lleva al cielo! Aunque bueno, no finalmente no va porque…. (no te cuento el final). He leído cosas de ese tipo en los místicos, pero se sabe que aunque el amor totalmente desinteresado lleve a esas locuras, antológicamente es imposible que se autocondene alguien que alcanza el nivel supremo de desinterés a favor de los otros, porque esa actitud misma es la vida eterna, es lo que Dios vive en sí mismo, es el sentido de lo que llamamos Trinidad.
Si el cristianismo promoviera el sacrificio sin prometer el cielo, sería una ética del suicidio. Absurda, pues, ya que todos morimos, salvar a alguien física y no espiritualmente no sirve de nada. Los santos no son sólo héroes por ponerse al servicio del interés común de cierta sociedad y de sus turbios politiqueos; son héroes eternos y ejemplares por defender la causa de la humanidad ante la inexorable muerte.
En fin, no por tener interés personal (librarse de él es tan imposible como despegarse de la propia sombra) resulta menos meritorio el santo al obedecer la voluntad de Dios. Con ello está probando su fe, su confianza en la justicia suprema que da a cada cual lo suyo; entrega lo que sabe de cierto que está en su poder, la vida, para fundirse con un ideal cuya consecución no es segura, pero sí necesaria para dar sentido a su morar pasajero en el mundo. Es el desprendimiento supremo: ir en búsqueda del sentido más allá de una existencia imperfecta, dejándolo todo en el camino.
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