sábado, 16 de junio de 2007

Resumen


La pulsión básica del hombre y la mujer ordinarios es el sexo, al que podemos definir como la voluntad de adherirse a una pasión con carácter permanente. En el hombre dicha pasión se exterioriza bajo la forma de la posesión violenta concreta, mientras que en la mujer viene canalizada por un juicio admirativo abstracto. Son las dos caras del reconocimiento.

Una vez consolidados como sujetos, dichos tipos ordinarios representan su papel biológico en parte en términos análogos a los del reconocimiento (posesión-admiración), complementándose, y en parte en términos distintos (rechazo-protección), suplementándose. La violencia sexualizada sustituye a intervalos al sexo violentado, y el verbo sexualizado hace las veces del sexo verbalizado. El repudio es masculino; el control es femenino.

Partiendo de estos datos observamos que el hombre puede afeminarse mimética o paramiméticamente. El afeminamiento mimético consiste en suplantar el patrón psicológico de la mujer ordinaria, lo que equivale a renunciar al alma. El paramimético, en cambio, conduce a la tipología extraordinaria, donde la pulsión básica es la violencia, esto es, la voluntad de adherirse a una acción con carácter permanente. Pues bien, dicha acción se manifiesta a través de la verbalidad en esta clase de hombres, que en lugar de perseguir un cuerpo de manera inconsciente, así persiguen una idea (ya que perseguir con plena consciencia una idea es una contradicción en los términos). Son los inspirados.

La mujer extraordinaria sólo tiene una vía mimética de masculinización. Se refleja en la voluntad constante de sexo posesivo que, a diferencia de lo que ocurre en el hombre ordinario, es ajena a cualquier expectativa de reconocimiento (ninfomanía). Es decir, no sólo carece de alma por ser incapaz de someterse, sino también -y sobre todo- por ser incapaz de someter. Es la prostituta.

Nadie más que Dios (o el amor a la Verdad, que lo mismo es) puede convertir al hombre en inspirado. Nada más que la ideología puede hacer de la mujer una prostituta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Supongo que es una pregunta que se prodiga, y más en un medio como internet, pero me puede la curiosidad: ¿qué autores de antropología sexual (y psicología, supongo) lee para llegar a las conclusiones que aquí se vierten? Después de haberle echado un ojo, no veo más referencia a otro autor que no sea el malogrado Weininger.

Me gustaría, ciertamente, conocer a esos autores y ver si la interpretación que hace es la correcta.

Enhorabuena por la bitácora.