domingo, 10 de junio de 2007

Vindicatio Leibnitii


Que el mal es la dispersión y el bien es la unidad constituye un lugar común desde Homero y los presocráticos. Pero podría ser que la materia tuviera multitud de fines según su forma y, sin embargo, la naturaleza en su conjunto, el universo, no tuviera ninguno. Tal convertiría a dichos fines en ciegos conatos ilusoriamente armonizados por la costumbre. Creo que éste es el punto de vista ateo, consistente en juzgar al todo por las partes conocidas. Y ello a pesar de la lúcida observación de Sagan:


Para hacer una tarta de manzana hay que crear primero un universo.


Cualquier fin presupone un sinnúmero de fines previos que convergen hasta él. La más trivial de las acciones, como hacer un pastelito de frutas, pone en juego a la totalidad de la mole cósmica. Así, ningún acontecimiento es lo bastante nimio para dejar de expresar la unidad sin fisuras que lo rodea y el bien en su imperturbable devenir.

No es fe del carbonero, sino fe filosófica la que nos induce a pensar que tras multitud de azares e incluso después del aparente naufragio llegaremos a puerto seguro. Pues el supremo fin del universo es el bien sin fin. Por ello con justicia podemos llamarlo el mejor de los mundos.


5 comentarios:

Gregorio Luri dijo...

Señor Irich, le aseguro que me gusta pasarme por aquí y admirar su optimismo. No puedo compartirlo, pero no importa. Yo soy una especie de ateo religioso, entre Nietzsche y San Juan de la Cruz, que cada vez está más convencido de la heterogeneidad noética del todo.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Hola, Gregorio (Podemos tutearnos, ¿no?).

A riesgo de parecer ramplón, mi tesis aquí no es otra que ésta:

1) No hay más fin global en el universo que la consecución del bien, entendida como la unidad/armonía inseparable de todo.

2) Si no hay más fin, dicho fin debe llevarse a término de la mejor manera posible, ya que no se dan otros fines que limiten o condicionen su efectividad.

3) Existir es mejor que no existir. Y existir para siempre es mejor que existir por un tiempo acotado.

4) No es imposible que seamos inmortales, aunque no hay razón suficiente para ello. Con todo, sí hay una razón final, que se corresponde con la proporción retributiva o justicia geométrica. Y ésta es parte del bien.

5) Ergo, somos inmortales a pesar del devenir aparente de la naturaleza, que ante nuestros ojos arroja todas sus formas a la hoguera de la caducidad.

El pesimismo se me antoja como una falsa identificación entre sufrimiento y mal, lo cual no deja de ser una especie de psicologismo.

Joaquín dijo...

Me temo que se me escapan las sutilezas leibzianas, aunque a los naturalistas les respondería que es asombroso que un producto azaroso de la evolución cosmica, que somos los hombres y mujeres pensantes, logremos concebir en la mente ideas tan extrañas como las de "finalidad", "dios", "alma"... La materia no es "razón suficiente" de estas ideas (si fuesemos simplemente materia, no concebiríamos nada más allá de la materia). Así que puede pensarse que sean "ideas emergentes".

Diego dijo...

"Pelear con todas las fuerzas por aquello que se desea", aunque las muerte "nos arrebate" la posibilidad de seguir haciéndolo en estos planos.

"Cesar de mal obrar,
Siempre sembrar el bien,
Purificar la mente:
Los Buddhas lo aconsejan
constantemente."

Saludos fraternales,
Diego.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Joaquín, creo que estás en lo cierto. A tales ideas no puede llegarse por composición. Y es imposible que en lo múltiple -nuestro cuerpo- se represente lo uno adecuadamente.

* * *

Diego, tal vez el budismo no sea una mala propedéutica al cristianismo. Ésa fue la religión de mi mujer hasta hace unos años.