miércoles, 11 de septiembre de 2024
La potencia de padecer está en el paciente, y la de hacer en el agente. (...) Por eso, en cuanto unidad natural, ningún ser padece la acción de sí mismo, ya que es uno solo y no otro.Y la impotencia y lo impotente es la privación contraria a esta potencia; de suerte, que toda potencia es contraria a una impotencia de lo mismo y según lo mismo.
Aristóteles
Si es cierto entonces que existe un principio primero que confiere la verdad y la realidad a todas las cosas, es cierto también que dicho principio será real y verdadero por sí mismo; que la ciencia que tenemos de él será a su vez la ciencia de la realidad y de la verdad consideradas en absoluto, o sea, en referencia a ellas mismas sin ninguna otra condición; y, en fin, que tal ciencia será verdadera en relación con y a causa de lo conocido por ella.
(...)
Por consiguiente, verdadera es, en grado sumo, la causa de que sean verdaderas las cosas posterores a ella. Y de ahí que, necesariamente, son eternamente verdaderos en grado sumo los principios de las cosas que eternamente son. En efecto, tales principios no son verdaderos a veces, ni hay causa alguna de su ser; más bien, ellos son causa del ser de las demás cosas. Por consiguiente, cada cosa posee tanto de verdad cuanto posee de ser.
Aristóteles
Ésta es una antigua demostración no apodíctica del mal como hipóstasis que, con leves variaciones, esbocé hace dos décadas. Lo esencial en el argumento, que no debe pasarse por alto, es que el mal es el disminuir de toda criatura que disminuye. Pero ninguna criatura puede disminuirse, sino que es disminuida. Por la misma razón, tampoco la totalidad de las criaturas que disminuyen puede disminuirse a sí misma. Luego el disminuir de todas las criaturas que disminuyen sólo puede proceder de Dios, de la nada o de una criatura que no disminuya. No de Dios, que mantiene su creación estable; tampoco de la nada, que impide que lo finito devenga infinito sin por ello hacerlo menguar. Por tanto, debe proceder de una criatura que sea causa del disminuir de las criaturas que disminuyen y no disminuya ella misma. El corromperse de las causas segundas y de los fines tiene por causa un ser corruptible que, sin embargo, no se corromperá hasta el fin de los tiempos, y ello sin la intervención de causas naturales, por la sola voluntad de Dios.
El mal es un disminuir ontológico, ya que quien busca el mal moral se disminuye, queda por debajo de su propio ser y "más le valdría no haber nacido". Si el mal moral procediera de la mera finitud, se daría más en los irracionales que en los racionales. Pero sucede exactamente lo contrario, puesto que el mal procede del entender y del desviarse, no del no entender.
Satanás fue libre para desviarse, y con todo ya no lo es para corregirse. La existencia de Satanás entra en el mejor de los mundos posibles, habida cuenta de que un mundo en el que hay mal y tentación es uno en el que una mayor gloria puede refluir hacia el bien, que conserva la integridad del todo aunque las partes disminuyan.
Avicena argumenta que si lo inexistente que una vez fue pudiera regresar al ser exactamente en los mismos términos en que existió, ello implicaría el repetirse del tiempo en que existió sin que fuera posible distinguir los elementos que constituyeron dicho instante de los que constituyen el instante posterior. En cuyo caso no habría un verdadero retorno, al darse la identidad de un tiempo y el otro, no una sucesión de un instante por el otro, siendo así que el regreso de algo implica un segundo tiempo en que se da, no un tiempo idéntico a aquel en el que fue. Por tanto, nada puede regresar del no-ser y todo se destruye irremediablemente.