jueves, 31 de julio de 2008

Clases de nihilismo


El blogger suicida y yo compartimos una afirmación de fondo: la tesis de que sin virtud la vida no merece vivirse (pese a que por virtud entendemos cosas distintas). La deprimente reflexión de un pentapléjico clamando por la eutanasia puede ser válida para toda la especie humana cuando se acepta que "la libertad es la consciencia de la necesidad". Salvo que se niegue la susodicha tesis y se asuma la vida -nuestra inclusión en ella y la aparente capacidad que poseemos de moldearla- como un fenómeno sin sentido, sin sujeto y sin responsabilidad exigible.

miércoles, 30 de julio de 2008

Sí, el dogma


Pero quedaba aún la cuestión más grande de qué se hacen esas almas o fuerzas después de la muerte del animal o de la destrucción del individuo de la substancia organizada. Y es la más embarazosa, porque parece poco razonable el que las almas permanezcan inútilmente en un caos de materia confusa. Por todo lo cual he juzgado al fin que no quedaba más que un término razonable, que es la conservación, no sólo del alma, sino también del animal mismo y su máquina orgánica; aunque la destrucción de las partes más groseras lo reduce a un tamaño pequeñísimo que escapa a nuestros sentidos, como asimismo escapaba a ellos el tamaño que tenía antes de nacer. No hay, pues, nadie capaz de señalar bien el verdadero momento de la muerte, la cual puede por mucho tiempo considerarse como una mera suspensión de las acciones notables y en el fondo nunca es otra cosa en los simples animales; atestíguanlo las resurrecciones de las moscas ahogadas y luego enterradas en creta pulverizada y otros varios ejemplos semejantes, que dan a entender bastante bien que habría lugar a muchas otras resurrecciones y mucho más remotas si los hombres estuvieran en condiciones de remendar la máquina. Y puede conjeturarse que a cosa parecida se refería el gran Demócrito, aunque atomista, si bien Plinio se burla de él. Es natural, pues, que el animal, puesto que siempre ha sido vivo y organizado -como empiezan a reconocerlo así personas de mucha penetración-, siga siéndolo por siempre. Y puesto que no hay en el animal nacimiento ni generación enteramente nueva, síguese que no habrá extinción final ni muerte completa, en el rigor metafísico de la palabra; y que, por consiguiente, en lugar de la transmigración de las almas, lo que hay es transformación de un mismo animal, según que los órganos están dispuestos de un modo u otro más o menos desarrollados.


Leibniz


Raise the Dead Trick! - The best bloopers are here

jueves, 24 de julio de 2008

Tramposa analogía


Decir que porque las ideas, por ejemplo, «estén en el cerebro», son por ello sólo células, es un error común. No son sólo células (o conexiones neuronales) como dije antes usando una metáfora: del mismo modo que la foto de una moneda no es la moneda.


El autor, para no desentonar con su propio pensamiento, tendría que haber dicho que la foto de una moneda no es sólo la moneda. O, en otras palabras, que en la foto hay algo de la naturaleza de la moneda, pero no todo; o todo pero no esa naturaleza exclusivamente.

Sin embargo, he aquí la aporía. Porque si la moneda es algo distinto a su apariencia fenoménica, entonces quizá incurramos en el "fisicalismo": la moneda sólo es un compuesto químico. Si, en cambio, se iguala a la mencionada apariencia o representación psicológica, tenemos que la foto es la moneda, lo cual conduce al idealismo. Y si la moneda es el compuesto químico y su trasunto psíquico, habrá que concluir que o bien es dos entes contradictorios, o bien que ni la moneda física ni la reproducida son monedas, sino otra cosa.

Se prueba la contradicción de referencia:

- Lo representado, aunque se imagine de manera dinámica, se concibe siempre como inmóvil. Dado que el movimiento es la sucesión de estados de hecho, la representación de un objeto como móvil implicaría necesariamente la de una multiplicidad de objetos que no tendrían nada más en común que su ser representable.

- No hay modo de saber si dos personas que se representan sendos objetos están representando el mismo objeto de diferente guisa. No existe, pues, vínculo identitario u ontológico entre lo representado y lo representativo, sólo una relación racional de tipo contingente.

- Ahora bien, la materia es plural y móvil. Luego, en atención a lo establecido en los dos puntos que preceden a éste, no puede ser elemento constitutivo de ninguna representación ni de ninguna idea.



Marx conoce a Esopo




Sólo os atrevéis a denunciar la miseria humana cuando se da en el poderoso y tiene al débil como víctima propiciatoria. No os dais cuenta de que cuanto más débil más miserable, pues es de esperar que este último se aproveche de otros más desvalidos que él. "El capitalismo es embrutecedor, el pobre el embrutecido". Sois unos ineptos.

miércoles, 23 de julio de 2008

Mala lex, nulla lex


Humildemente, en diez puntos:

1) El Derecho es racional o no es racional.

2) Si es racional, no está sujeto a opinión.

3) Si no es racional, no está sujeto a comprobación.

4) Ahora bien, todo lo racional es comparable en base a las mismas reglas de demostrabilidad.

5) Por tanto, todo Derecho racional es universalmente válido.

6) Por otro lado, todo Derecho irracional es heterogéneo y arbitrario, aunque se repita en tantos ordenamientos como se quiera.

7) Ello se debe a que el hombre, a diferencia del auténtico Derecho, no es enteramente racional.

8) Luego, el fundamento del Derecho no es el hombre, sino la razón.

9) La razón es en consecuencia superior y anterior al hombre, y está en función de la realidad que define el caso.

10) La realidad, a su vez, se interpreta en base a la razón primigenia, que cuenta con fines propios e independientes.

La asunción positivista del "debo en la medida que una autoridad me compele" implica presuponer que el fundamento de la norma que soy capaz de interiorizar es mi interés egoísta (conseguir un bien o evitar un daño), entendido al modo de una abstracción respecto al interés social, como si yo fuera un Robinson Crusoe cuyas acciones no tuvieran consecuencias de ida y vuelta. Y digo que si todo se redujese al burdo egoísmo individualista, sin reconocer un interés superior y hasta cierto punto intangible, para nada nos servirían las normas rectas más que para obstaculizar nuestros fines naturales. Pero la historia prueba que la naturaleza del hombre es sociable, que toda sociedad es normativa, etc.

Nos resulta muy difícil concebir un sistema de leyes completamente justo, incontestable, en base a una sociedad dada. Entramos dentro del pensamiento utópico. Sin embargo, las distopías sí nos parecen fácilmente imaginables (una sociedad en la que los criminales fuesen premiados en lugar de castigados, etc.), lo cual tendría que darnos a entender que existe una justicia objetiva, aunque sea más difícil de definir que la injusticia objetiva.

La sociedad óptima es aquella capaz de albergar al máximo número de individuos bajo unos principios compartidos. Principios cuya función elemental es, por cierto, garantizar dicha unión de los más por el máximo tiempo posible. Este propósito y los medios normativos empleados para lograrlo convierten a la comunidad en razonable (se persevera en la propia razón de ser). Pues, si bien en casos de extrema necesidad regirá la ley del más fuerte, en un entorno complejo de intereses imbricados prepondera la estrategia del más prudente.

El derecho natural es, a fin de cuentas, el contrato tácito que el individuo firma con la especie y por el que ambos se vuelven mutuamente corresponsables, el uno frente al otro. Si el contrato no fuese claro o estuviese sujeto a interpretaciones dispares, sería nulo o inservible.

domingo, 20 de julio de 2008

Dos que se marchan




Aún faltan diez días, pero a la infinidad de lectores que tiene esto la voy ya preparando para el trauma. El silencio se prolongará hasta septiembre, aprovechemos el tiempo que nos queda.

viernes, 18 de julio de 2008

¿Qué es lo real?


Dos comentarios a este texto:

1) Desde algunas instancias se postula un azar fuerte u ontológico cuya clave es que las distintas partes de la realidad no mantienen un vínculo estable susceptible de subsumirse en una ley general que explique sus relaciones en cada caso. Ahora bien, esta solución, además de ser contraintuitiva a la vista de la regularidad de los fenómenos, tiene el inconveniente de no explicar por qué motivo el devenir sucede de una manera y no de otra, siendo todas equiprobables desde la lógica abstracta.

2) La alternativa a esta hipótesis no admite un camino del medio, por lo que Dios, cuando crea, no puede improvisar como Miguel Ángel cuando esculpe. Debe actuar según un plan preconcebido hasta el último detalle desde el primer momento.

Leibniz tiene una solución muy interesante a la interpenetración entre causas eficientes y causas finales: la monadología. Ésta establece que todo en cualquier escala hasta el infinito es una representación particular de sí mismo y de lo demás, y que no hay una realidad "en sí", sino multitud de realidades seminales e inmateriales (mónadas) en las que está cifrado de distinto modo el plan del universo entero (armonía preestablecida). Cada elemento material, pues, contendría toda la información para llegar a ser cualquier cosa de las que han sido, son o serán, pero sólo alcanzaría las más próximas a su noción dentro del "continuum" de la materia (principio de razón suficiente).

No es, entonces, que se den fines exóticos o azarosos externos a la materia. Se concentran, en cambio, en puntos inextensos dentro de ella y en función de la misma, si bien atendiendo a un diseño que desborda la perspectiva empírico-materialista, dado que parte de un inicio metafísico absoluto -la realidad irreductible de la mónada- y concierne a la totalidad del mundo -cuyos márgenes no se divisan- en cada paso que efectúa.

miércoles, 16 de julio de 2008

El fuste torcido




La tesis -mía y de Brentano- es 1) que no todo lo que nos empuja a actuar es instintivo, sino también voluntario, y 2) que el fundamento último o razón profunda de lo voluntario no es voluntario, mas inconsciente, inercial, vegetativo. Así, existen fines que no son ni humanos (en tanto que no cuentan con representación en nuestro entendimiento cuando se persiguen) ni naturales (pues, al caer fuera del instinto, no están sujetos a selección). Los teístas inferimos que son fines establecidos por Dios (o por el Diablo, añado), aunque se rechace la falacia antrópica.

La selección natural de los seres vivos selecciona genes. Los genes sólo determinan lo instintivo, no lo voluntario. Quien opine que lo voluntario también está físicamente predeterminado por la herencia estará jugando con las palabras, pues instinto y voluntad no son términos equivalentes. El instinto tiene un fin adaptativo y es indisponible por nuestra consciencia, mientras que la voluntad contempla toda clase de fines (adaptativos o no) y puede ser dirigida por el individuo en atención a razones, válidas o engañosas.

No sabemos dónde empieza la voluntad, cuál es el centro y origen de la acción. El pensamiento científico no hace distingos entre acciones y pasiones, es decir, entre lo que propicia otro cuerpo y aquello que depende del mío. Para la ciencia todos los cuerpos son uno: el objeto integral de la física, el universo. Ni la evolución ni el reduccionismo -encerrados en la finitud de lo observable- pueden dar cuenta de nuestra libertad, que por otro lado no es más que una manifestación refinada del principio vital que anima a la naturaleza en su conjunto.

La voluntad en su origen posee un fin adaptativo, la inercia de los cuerpos a perseverar. Ahora bien, al cabo, en su expresión antropomórfica, dicho fin se corrompe y puede dar lugar a actos contra natura; o lo que es lo mismo, que ni la naturaleza busca ni el hombre entiende, pero aun así suceden.

Juicio a Dios


Por ultimo (1), parece ser que eres teista, una pregunta que me viene siempre a la cabeza ante la version teista de los creyentes, es, por que Dios ha permitido el tsunami del oceano indico en 2004, el huracan Katrina o los terremotos recientes de China con miles de muertos.

Es una pregunta capciosa, porque insinúa que Dios podría haber hecho mejor este universo, y ni se dice qué se entiende por mejor ni se explica cómo podría haberlo hecho sin alterar sus leyes primordiales, o cuáles las sustituirían en caso de que dicha alteración fuese necesaria.

Yo tengo otra duda más modesta, semejante a la tuya: ¿Por qué Dios permite que nos salgan granos en la cara de vez en cuando? No pretendo resultar frívolo, pues hay quien se acompleja mucho por este tema y lo considera un gran mal con el que cargar. Mi pregunta, sin embargo, se antoja mucho menos sólida que la anterior, aunque la objeción recogida en ella sea idéntica, variando sólo el grado del mal o, si se prefiere, su valoración psicológica (no hay "males en sí").

¿No será, pues, que el tener cuerpo nos fuerza a ser vulnerables en un sentido u otro? En apoyo de esto se aduce lo siguiente: a) Dios no podía crear espíritus separados sin dotarlos de cuerpo (ya que crear implica crear el tiempo y, con él, el espacio, por la propia definición de tiempo como sucesión de momentos), y b) está en la naturaleza de lo corporal el llenarlo todo con entidades extensas distintas, susceptibles de causarse mutuo menoscabo. La propia finitud del cuerpo lo condena a una disolución relativa. Ahora bien, el teísmo compensa este destino con la vida de ultratumba y la justicia más allá de la muerte.

Si se responde que Dios podía obrar milagros de índole salvadora, replico:

1) Demostraría con ello haber creado mal el mundo, reparándolo chapuceramente con posterioridad.

2) Iba a necesitar un milagro sin fin para evitar todo mal, lo cual dejaría a la creación sin efectos.

Si se vuelve a contestar alegando que Dios, al menos, puede evitarnos los llamados de ordinario males mayores, como guerras y desastres naturales, replico que el mal mayor es la muerte (que, aunque se esquive, siempre sobreviene a la postre), y que su causa no es, según la Biblia, la voluntad de Dios de hacernos mortales, sino la nuestra de desobedecerlo. Esto abre cuestiones más enjundiosas que, por alejarse del tema y tratarse ya en otros apartados del blog, no desarrollaré aquí.

(1) Al hilo del debate iniciado en el post anterior y que se está llevando a cabo en la bitácora de Aníbal.

De ojos e invidentes




Lo que sucede es que los del otro lado de la valla (los defensores del diseño inteligente) creen que lo que hay y existe es de una "complejidad irresoluble" tal, por utilizar la frase de Michael Behe, que no se dan cuenta de que hemos llegado a donde estamos en el jardin de la vida, por tanteo a ciegas (el "relojero ciego" por extender la analogia del reloj de Paley desde el conocimiento biologico moderno que Dawkins sintetiza).

Anibal Monasterio


Tanteo a ciegas es una contradicción en los términos. El ciego que tantea no es completamente ciego: "ve" con la mente, con su sentido de la orientación, con su oído, con su tacto. Preguntémonos por qué la naturaleza tantea de un modo y no de otro, y por qué tiende a ofrecernos productos exitosos en lugar de hacerse y deshacerse como la tela de Aracne. Brentano habla de "la teleología inconsciente que caracteriza a la vida vegetativa":

En una cierta oposición a las manifestaciones del instinto se muestra la otra clase de fenómenos que ya mencioné: la de los movimientos voluntarios. Queremos mover un miembro, y éste, al punto, se mueve. Tampoco puede dudarse que es nuestra voluntad lo que causa este movimiento. Mas no lo causa de una manera directa, sino, por el contrario, muy mediata. La voluntad produce directamente un efecto que escapa a nuestra conciencia, y éste, de igual manera, determina la aparición de otro, y así sucesivamente, hasta que por fin surge el movimiento que queríamos hacer, tras una larga serie de incidencias que en gran parte desconocemos y que no entraban en nuestras intenciones.

No hay ser vivo que no muestre una fuerte inercia hacia su supervivencia: existir es perseverar. En suma, la selección de los mejores no reduce a la nada a los menos favorecidos. La evolución explica el modo del cambio, pero no la razón profunda del cambio, y por ende tampoco su fin. No es, pues, que el diseño sea ciego, sino que la biología se venda los ojos por ceñirse, como dicta su objeto, a lo estrictamente empírico.

lunes, 14 de julio de 2008

Política 2.0


Propongo cinco definiciones elementales:

Sentido: negación del azar y la necesidad.

Felicidad:
comprensión del sentido en el individuo.

Moral: afirmación de la felicidad en la salud.

Política:
aplicación de la moral en el orden.

Historia: representación de la política en el tiempo.

A partir de las mismas, examínese esta afirmación:

La Historia no tiene sentido. No existe ninguna ley histórica. No estamos condenados a ser protagonistas de algo científicamente predecible. Somos libres.

Con ella se abre un texto que culmina con las siguientes palabras, en alusión al problema de la pobreza mundial: "Es nuestra responsabilidad".

No deja de chocarme que quien nos niega los fines como cuerpo político o raza nos confiera responsabilidades culturales o inmanentes (¿frente a qué autoridad responderíamos en caso de no cumplirlas?, pregunto). Y es que si algo carece de fines es la especie, categoría naturalista que refleja un estado de hecho sometido de continuo a la variación heterogénea y ciega.

Por contra, el individuo sólo tiene un imperativo insoslayable: buscar su propia felicidad, búsqueda que en los animales sociales se articula a través de la política. Con lo cual resulta legítimo rehuir el huero esencialismo especeísta, así como su negación a cargo del nihilismo, y decir en su lugar que los fines de la especie son, sin más, aquellos que persiguen los individuos políticos en aras a obtener ordenadamente la felicidad y la autoconservación.

Es ley histórica, pues, el que no todos persigan estos fines, y el que las posiciones encontradas de ambos grupos no lleguen a resolverse nunca definitivamente (hasta el día del Juicio, según Agustín). No existe otra ley, o nos es desconocida. Este conflicto no anula el sentido, sino que lo convierte en una realidad agonal.

viernes, 11 de julio de 2008

Reincide


En la mayoría de las sociedades humanas donde ha regido la lógica "malthusiana" el infanticidio es simplemente un hecho corriente, no es perseguido ni castigado. Otra cosa muy diferente es que hoy nos podamos permitir unas condiciones de existencia distintas y, como consecuencia, el sistema normativo varíe. Pasa lo mismo con la valoración del trabajo infantil. La eliminación del infanticidio y del trabajo infantil son logros más bien del capitalismo industrial y del nacionalismo moderno que de la "ética" (cristiana, musulmana, animista, new age, naturalista o lo que sea) o de un iusnaturalismo flotante.

Eduardo Robredo


Esta afirmación
, además de escalofriante, es falsa. La Biblia, la Antigua Roma y la tradición cristiana condenan el infanticidio. Quien constriñe la moral a los rígidos parámetros de la infraestructura, cual marxista vulgar, muestra un profundo desconocimiento de la naturaleza humana.

Por supuesto, la falsedad del aserto sólo se predica en tanto que no sea él mismo una tautología, donde lógica malthusiana equivalga a infanticidio. Pero lo dudo, pues se apela a factores variables como "la mayoría" (una bajeza epistemológica) o la costumbre (otra).


Bien. Es cierto que las expresiones más elevadas de la cultura griega, romana o judeocristiana formularon condenas del infanticidio, pero esto en absoluto significa que la práctica fuera poco frecuente. Además, como es bien sabido, la mayor parte de la historia, o de la evolución humana, tiene lugar en sociedades sin estado muy anteriores a ningun libro sagrado y las tradiciones que inauguran.


Cuando se ha dicho que el infanticidio era corriente antes del siglo XIX, se ha intentado trasmitir la idea de que no era reprobado en términos morales. Ahora se cambia el sentido de las palabras y se vincula la normalidad con la simple frecuencia. Como si el crimen no fuera habitual en nuestras sociedades.

También se varía la afirmación vertida cuando se hace retroceder la tolerancia del infanticidio a épocas precivilizadas, si bien en primer lugar se aludió a las premodernas. Debe de ser el enfoque naturalista el que empuja a Eduardo a recorrer la historia de la humanidad con las botas de las siete leguas -qué más da treinta siglos arriba o abajo- y a despreciar miles de años de legislaciones; a ver las conquistas morales como frutos tardíos de progresivos e insensibles cambios de costumbres forzados por avances de índole económica y técnica.


El infanticidio es, además, un "valor bíblico" en determinadas circunstancias. Empezando por el sacrificio del hijo de Abraham abortado a última hora, y siguiendo por Números 31:17-18 ("Matar pues, a todos los niños varones..." , Deuteronomio 21:18-21 ("Y todos los hombres le apedrerarán (al hijo rebelde) hasta que muera") o Jueces 11:29-40.


La única mención sin censura que se hace en la Biblia del infanticidio puro y simple, esto es, del que derivaría de los rituales para aplacar a los númenes, del derecho natural del padre a decidir de forma omnímoda sobre la suerte de su progenie, o del imperio del cuerpo social para regular su natalidad, es en efecto la de Abraham (las demás citadas son aplicables por igual a adultos e infantes). Y es ésta, precisamente, la que con mayor claridad determina de una vez y para siempre la ilegalidad de dichos actos, pues Dios reputa su fe como justicia y lo exime de la obra requerida. El de Jefté fue un juramento impío, o estúpido.

Convicciones retóricas


Puede que la humanidad se divida psicológicamente en seres paradójicos y contradictorios. Creo que es mi afición a las paradojas la que me lleva a descubrir contradicciones reales en las argumentaciones de los demás. Por ejemplo, cuando el ateo intenta fundar la moral en el solo amor por la virtud, acepta como una prueba de fuego para ésta el que no tenga que esperar recompensas de ninguna clase, en particular las de un ser sobrenatural que se haya comprometido a darlas y sea, por tanto, deudor nuestro. Pero aprecio dos contrasentidos en esta forma de discurrir.

En primer lugar, se pretende mantener la idea de deber al tiempo que se suprime el concepto de deuda. En efecto, si no he sido creado expresamente, no debo nada a nadie por el hecho de existir y está en mi mano aniquilar al mundo si así me favorezco. Pues, salvo que se introduzca la noción de deuda, el vicio es en principio tan amable como la virtud.

En segundo lugar, puesto que no se espera nada de la muerte y no se maldice por ello, sino que se acepta virilmente el destino, "a fortiori" no debería exigírsele a la vida -esto es, al universo- una perfección superior a la que contiene, ya que dicha mejora adulteraría las motivaciones del obrar virtuoso, tanto mayores cuanto más insignificantes son sus estímulos externos (una tierra sin enfermedades es una tierra sin caridad); ni tampoco una perfección inferior, que pondría en apuros a la vida. Ahora bien, postular un mundo inmejorable no creado por nadie es algo que excede al sentido común.

En suma, no se puede aumentar la propia felicidad sin disminuir el mérito de uno, que según el ateo no sólo no depende de la primera y de sus expectativas, sino que además compite con ella. Con lo que cualquier cambio dirigido a hacernos menos menesterosos que se introdujera en el diseño inicial de nuestro entorno sería para peor, redundando en perjuicio de nuestra dignidad.

El absurdo del ateo es, entonces, doble:

1. Ignora un mal subjetivo (mal moral) al confiar las buenas obras a la voluntad irrestricta del hombre.

2. Sostiene un mal objetivo en la naturaleza (mal metafísico) que carece de definición y de demostración.

miércoles, 9 de julio de 2008

Consenso




La hembra es en todo contraria al macho: cabeza pequeña, cabello suave, cara estrecha, frente hundida, cejas extensas, ojos pequeños y resplandecientes, nariz recta y apenas discernible de la cara, cara carnosa, labios delgados, boca pequeña y risueña, mentón redondeado y lampiño, cuello delgado, clavículas con poca soltura, pecho angosto y débil, caderas gruesas, rodillas carnosas, que miran hacia dentro y se entrechocan al andar, piernas flojas y mal articuladas, pantorrillas levantadas por arriba, tobillos carnosos, pies pequeños, manos delgadas, sin articulaciones visibles, brazos, codos y antebrazos delgados, hombros poco articulados y débiles, espalda estrecha y débil, parte superior de la espalda mal articulada y poco firme, zona lumbar carnosa, nalgas carnosas y gruesas y todo el cuerpo, en general, más pequeño que el del macho, delicado más que vigoroso, menos enérgico y de carnes más húmedas, voz floja y andares a zancadas cortas. En cuanto a su carácter, la hembra es pusilánime, ladrona y sumamente engañosa. Pero Adamancio afirma que es "vil, iracunda, insidiosa, engañosa y cobarde y atrevida al tiempo".

Platón dice que la mujer es siempre peor y más débil que el hombre, lo que a su vez confirman Aristóteles y Galeno, quienes aseguran que ello se debe a su frialdad, pues que el calor viene a ser el instrumento primero de la naturaleza y, donde el calor falta, falta también la perfección, de ahí que la naturaleza haya dotado de barba al hombre, para que fuese así considerado el más digno y venerable de todos y la llevase por ello como adorno y señal de honor. Homero dice que la mujer es "iracunda". Horacio que "engañosa". Apuleyo que "taimada", "descarada" y "astuta". Catulo que "insaciable". Afirma Séneca que "no hay cosa más inestable que la mujer ni más enemiga del deber, pues carece de fidelidad, supera a todos en infamia y urde siempre pendencias y engaños; en definitiva, difícil resulta que vivan bajo un mismo techo el sosiego y la mujer".


Giovan Battista della Porta

Frente a una apología del diablo


Querido amigo Irich, en primer lugar decirte que no es habitual encontrar un católico que dialogue con respeto, autoridad y argumentos sólidos; lo cual me congratula doblemente. A cambio te rogaré paciencia con mi intolerancia y agresividad (ya sabes que Asmodeo es el diablillo colérico, pero no hay que hacerme demasiado caso).


Sé que para ti esto es un juego. Si fueras realmente un adorador de Satán no dialogaría contigo. Acepto el juego porque para eso estamos, y porque, en palabras de Nietzsche, nada hay más serio.


Volviendo al Génesis, creo que Yahveh les miente, puesto que comiendo del árbol de la Ciencia no morirían. Mueren cuando les prohíbe comer del árbol de la Vida, represalia divina por haberle desobedecido y, sobre todo, porque "el hombre ha llegado a ser como uno de nosotros, conocedor del bien y del mal.


Dios dijo que si comían del primer árbol morirían. No indicó en ningún momento que la causa directa de esa muerte fuese que el fruto estuviera envenenado. Como se ve aquí, el mismo Dios es reacio a interpretaciones literales de su Palabra.


El hombre quería ambas cosas, ser dios y vivir eternamente; no contaba con la sucia jugada del Creador: "no consentiré que seáis iguales a Mí, podréis igualarme en sabiduría, pero os mataré".


El Creador hizo al hombre a su semejanza antes de que éste probase el fruto prohibido (Gn. 1:27). Es el diablo el que promete más de lo que puede dar y, en definitiva, quien engaña. Miente por partida triple al afirmar que:

1) No morirán.

2) Conocerán el bien y el mal.

y 3) Serán como Dios.

Con todo, murieron, se confundieron sus nociones morales y su instinto de conservación y pasaron a ser bestias degeneradas, subanimales.


Otro asunto, cuando "se les abren los ojos", se dan cuenta que están desnudos, o sea, son conscientes de su animalidad. Rápidamente se tejen unos vestido con hojas, se adornan, van "contra natura", deciden dejar de ser y vivir como animales, ahora son dioses.


Se avergüenzan de su cuerpo porque acaban de adquirir consciencia de él como instrumento para el mal. En términos freudianos, el "super yo" arremete contra el "yo". Ir desvestido, por cierto, no es sólo propio de animales: tampoco los ángeles se adornan con ropa, más que por deferencia hacia los hombres.


Entonces oyen la llamada de Dios, y como "saben", como distinguen el bien del mal, saben que bueno y malo son conceptos relativos que los impone el poderoso.


Luego Dios sería relativamente bueno, sabio, justo, etc. Pero dado que su poder es absoluto, ¿cómo salvar la aporía?


También descubren, gracias a su conocimiento recién estrenado, que Dios no es ese padre bueno que busca su felicidad, sino un juez tiránico que exige se cumplan ciegamente sus caprichos.


Dios pidió muy poco ofreciendo mucho a cambio. Es lógico que el castigo fuese proporcional a la deslealtad.


Saben que les espera el castigo, y tienen miedo. Y se comportan con cobardía, otro resultado de ser inteligente; buscan excusas, buscan atenuantes que les libre del desastre, se culpan unos a otros.


La verdadera culpable es Eva, el eslabón débil. Adán confía en un semejante; Eva se entrega al caos, se deja someter por una fiera salvaje, por lo más indigno, bajo promesa de obtener de este modo la sabiduría. Las pitonisas paganas, amigas de demonios, entraban en trance para adivinar el futuro. Así Eva.


En eso no han tenido la valentía de los demonios, que se rebelaron y jamás han pedido clemencia.


¿En qué se distingue esta valentía de la locura?


Creo que el arrepentimiento es una cobardía, pero insisto la vergüenza de Adán y Eva no fue por haber pecado, sino porque querían perder todo rastro de animalidad.


Quizá por eso obedecieron a un animal y desobedecieron a un dios. Se da la paradoja de que, pese a ser esta desobediencia voluntaria, no lo es la salida de la animalidad, que se experimenta con gran frustración. Lo he repetido muchas veces, pero fue pensando en ello que di con el título de mi blog.


Fíjate que no piden perdón a Dios en ningún momento, tan sólo se echan las culpas unos a otros: me han engañado. Su dolor es de atrición, no de contrición.


Posiblemente pedir perdón no procediera, ya que habían contado con una ayuda sobrenatural para conocer las consecuencias de sus actos. ¿Qué excusa iban a alegar?


Ahí radica la grandeza del Diablo, él nos abrió los ojos. De lo contrario ni se lo habrían planteado. Hasta entonces hacían lo que Dios les mandaba sin cuestionarse nada.


No. De haber desoído al diablo habrían podido acceder al árbol de la vida eterna, que era Cristo. Entonces los ojos se habrían abierto, mas sin dolor y sin vergüenza.


La Serpiente los convence, mejor dicho, convence a la mujer; un homenaje del autor veterotestamentario a la inteligencia femenina. La serpiente les dice que ese fruto los hará mejores y creen en ella. Lo curioso es que tenía razón.


En ningún lugar de la Biblia se nos dice que tras el pecado se adquieran cualidades. Antes al contrario, éstas quedan sepultadas y debilitadas.


En cualquier caso, tampoco merece la pena dar a la Biblia más valor que el que tiene una vieja tradición mitológica, y que en definitiva no hace sino recoger el viejo mito Mediterráneo del conocimiento iniciático, donde la manzana representa el conocimiento, la serpiente (el dragón) es el monstruo que las guarda y Adán debiera ser el héroe solar que mata al dragón y obtiene la iluminación.


Lástima que el relato del pecado original dé la vuelta a ese mito como si de un calcetín se tratase.

lunes, 7 de julio de 2008

Escala de la miseria


Plenitud. Lo anhelado es objeto directo de contemplación, queda al alcance de saborearse. Está permitida la interacción, la escucha, el tacto. El deseo se sacia.

Añoranza. La presencia se desprende de su esencia. Permanece lo ideal en sordina, a lo lejos, pero la autopercepción es, al fin, nítida. El mundo es estrecho y hay que huír de él.

Decepción. Lo arquetípico y lo mundano se disponen como opuestos. El bien y el mal luchan entre sí. La verdad se paga a precio de la vida.

Desesperación. Vence el caos y el universo se hunde en una existencia frustrada. Todo atisbo de virtud es falso, toda certidumbre es vana, salvo la de la muerte.

He descrito en pocas palabras aquello que los poetas clásicos llamaron las Edades del Hombre, a saber, Edad de Oro, de Plata, de Bronce y de Hierro.

En la Biblia, no obstante, no existe Edad de Oro duradera, pues lo anhelado para la plenitud toma una forma dual, disyuntiva: o la vida o el conocimiento. Tampoco existen estadios intermedios de degradación progresiva, y es la segunda generación de hombres una estirpe de asesinos.

La caída tiene dos momentos, la toma de consciencia y el olvido de sí.

Cuando el mortal muerde el fruto del saber, esto es, la subjetividad, disocia al noúmeno del fenómeno y empieza a vivir verdaderamente. La vergüenza conlleva el no reconocimiento en uno mismo, la inutilidad del conocer separado de la verdad. Perplejo y narciso, el hombre corre a esconderse: De Dios, mintiendo; del mundo, cubriéndose.

El diablo se declara enemigo de cualquier aspiración que arranque al hombre de su condición de animal humillado. Se enseñorea de la realidad y dispone el Reino de Dios sin Dios, fomenta la razón sin fines, difunde la vida sin sentido y extiende la muerte sin gloria. A la postre, sumido en la derrota, el hombre adora al diablo. Pero nada hay en su interior que le empuje a adorarlo, pues la seducción ha sido externa. Y puede salvarse.

sábado, 5 de julio de 2008

Problemáticas


Por descontado que aquello a lo que nosotros consideramos mal -el dolor, el peligro, las molestias- es motivo de satisfacción en Dios. El único mal del que cabe avergonzarse racionalmente (aunque la vergüenza sea fruto de nuestra semiirracionalidad) es el mal moral, el pecado.

El ateo con la diestra carga las tintas en el mal metafísico, que no es capaz de fundar (de ahí que lo llame "problema", sin duda), al tiempo que borra con la zurda los rastros de una posible moral objetiva desde la que señalar de manera inapelable en qué consiste lo bueno y dónde radica lo malo.

Tras Darwin la Biblia permanece incólume


Dan muestras de gran parcialidad ideológica quienes, a la hora de examinar las tesis de su adversario y ante la tarea de describirlas para su refutación, rebajan considerablemente el nivel de exigencia intelectual empleado hasta el momento, tendiendo a la simplificación y a la caricatura. Leo en Eduardo Robredo:

Lo que sí se puede afirmar es que buena parte del impacto cultural de "El origen" procede de la literatura deliberadamente divulgativa y provocadora de Darwin, verdadero origen de la revolución naturalista al criticar explícitamente la "creación especial" de las especies y comenzar a sugerir un origen común del ser humano y el resto de los animales (un "peligroso" paso que Wallace no completó del todo).

Esto es inexacto, si con ello se pretende atacar la tradición exegética que desde San Agustín habla de rationes seminales (De Genesi ad lit.) y que culmina en el sistema filosófico de Leibniz (cfr. Monadología), extendiendo su influencia hasta pensadores no cristianos como Isaac Abravanel. Puede contestarse que San Agustín creyó con todos los Padres de la Iglesia y el pensamiento clásico en general en la fijeza de las especies, cuyos miembros, en virtud de su cualidad individual no podrían pasar de una especie a otra en las sucesivas generaciones. Sin embargo, ello no obsta para que nos esté permitido afirmar que no se sigue de la revelación cristiana el que la forma actual de las criaturas se corresponda con su forma inicial, tenida por definitiva desde el comienzo de los tiempos.

Más todavía. Leibniz, pese a desconocer el mecanismo por el que los evolucionistas explican las modificaciones en el fenotipo (explicación nada pacífica por cierto), establecía una continuidad geométrica entre todas las especies según sus grados de semejanza, mérito que Robredo sólo ha estimado oportuno reconocer al ateo Diderot, si bien es cierto que éste va más lejos al hablar de un "fluir" y de una negación de las "esencias" que no se da en Leibniz.

Pero volvamos a Abravanel (1.437-1.508), de quien ya tuve ocasión de transcribir algún pasaje a propósito de la relativa primacía del hombre en el orden de las criaturas. Leemos al sabio (Commentaire du récit de la création):

La Torah attribue la formation des animaux à D. pour nous apprendre que la forme des êtres sensibles émane de l'intellect séparé, non de la puissance de la matière ni de l'influence des sphères sur la forme végétale, ainsi que je l'ai expliqué. Quant à l'expression "assiah" (fabrication), elle est utilisée au sujet de la forme sensitive, et non "briah" comme pour les poissons, car, ainsi que je l'ai écrit plus haut, cela correspondait alors à la création des premiers êtres recevant la forme sensitive - il s'agissait d'une première création "ex nihilo" et d'une réalité complètement nouvelle. Mais lorsqu'elle est émanée une seconde fois, pour les animaux qui sont sur terre, le terme "création" n'est plus employé puisque l'âme vitale n'est plus une réalité nouvelle. C'est pourquoi c'est le terme "assiah" qui est employé ici. Cette parole ["D. fit"] montre aussi la diversité extraordinaire existant au sein des animaux (...).

De este modo, Dios crearía primero a los animales dándoles forma intelectiva distinta a su entorno (Gn. 1:24: "Produzca la tierra seres vivientes según su género, bestias y serpientes y animales de la tierra según su especie") para a continuación formarlos en una suerte de creación continua que los diferenciaría infinitamente entre sí en base a su germen individual (Gn. 1:25: "E hizo Dios animales de la tierra según su género, y ganado según su género, y todo animal que se arrastra sobre la tierra según su especie").

martes, 1 de julio de 2008

Respuesta a la respuesta


La única manera de oponerse a un mundo feliz, a esa anti-utopía, es creer que el hombre, por su naturaleza, no debe ser obligado, empujado, aunque ello sea con la hipotética busqueda de una mayor felicidad. Pero es más, si nada es un fin, y todo es un medio, y todo es un medio si no existe por sí, y no sólo en función de unas determinadas leyes naturales, ¿cómo oponerse a que todo sea sometido a planificación, interés, producción, utilidad, en una racionalidad pragmático-técnica? Pero si vemos, o entendemos, una realidad trascendente, espiritual, de nosotros mismos, también la deberíamos entender sobre aquellos que comparten nuestra naturaleza, es decir, sobre el resto de los hombres, y por tanto, en nuestro proceso de conciencia como auto-conocimiento deberíamos entender no sólo cómo actúamos con respecto a nosotros mismos sino también cómo actúamos con respecto a los demás.

Jose Luis González


No hay felicidad sin libertad. Ésta es una de las concepciones más características de nuestro tiempo y está, en cierta manera, reflejada en la Escritura, en el texto fundacional que constituyen los primeros capítulos del Génesis. La felicidad inconsciente, mera satisfacción de las pasiones, sería una felicidad inauténtica, sometida al fraude y al autoengaño. El desconocimiento del Dios personal da lugar a la fusión monstruosa de lo animal y lo divino en el mismo hombre (no en las criaturas de su entorno, como cree Gustavo Bueno), a la depredación. El precio de la libertad es el crimen.

Difícilmente se hablará de una Edad de Oro en la literatura revelada cuando en ella la estirpe de los humanos es maldita con el descubrimiento de su desnudez. Adán y Eva pudieron contar con la gracia, pero fue una gracia insuficiente, desmentida por las obras y ajena al plan de Dios (contra la opinión de Calvino). El pecado original provoca el embotamiento de la inteligencia práctica, la explotación del hombre por el hombre y el apremio de las leyes. Así, una pequeña desobediencia conduce a la esclavitud, que es como debe llamarse a toda libertad infeliz, pues mediante la misma se trueca el yugo suave de Dios por el del trabajoso dominio de la Tierra y el desafío a la naturaleza.

Cristo doma al tigre y Nietzsche lo cabalga. El Übermensch de Nietzsche es el hombre como medio para sí mismo, el hombre in-finito. Su libertad y su vida nada valen. Su felicidad no consiste en actualizar potencias, sino en ser en acto, uno solo con el devenir, y en arrastrar al universo en lugar de extinguirse en él (budismo) o situarse frente a él (judeocristianismo). El individuo nietzscheano se define en oposición a la masa infeliz, mientras que el cristiano la rechaza en la medida en que ésta no sabe lo que se hace.

Ahora bien, la desventura de los infrahombres de Nietzsche es dialécticamente necesaria (aspirar a lo contrario es igualitarismo), pero la de los impíos resulta contingente y hasta inexplicable. Es el fruto de un error que admite subsanación y que debemos abandonar, conociéndonos primero y, acto seguido, sorteando los escollos de una felicidad cautiva y una libertad desdichada.