domingo, 31 de julio de 2011

Breve-II


Si lo material existe sin causa, dicha existencia no causal es necesaria o contingente. Si es necesaria, pruébalo de forma lógica. Si es contingente, te contradices, ya que afirmas a la vez que necesita causa y que no la necesita. Si es contingente y espontánea, no es por sí misma ni por otra cosa; luego, ¿por qué permanece?

sábado, 30 de julio de 2011

Breve-I


La tesis central del ateísmo y de todo ateo es la siguiente: Lo no-físico no puede existir ni obrar. Ésta es una afirmación de tipo lógico ("no puede") que nadie ha demostrado y que no se infiere de forma evidente de su propio contenido. Al teísta le basta con mantener que dicha posibilidad se da mientras reduce al absurdo la contraria ("lo físico debe existir y obrar"), obteniendo al respecto la certeza moral.

En lógica sucede al revés que en el ámbito empírico. En éste, si quieres probar que algo es, debes exhibirlo positivamente. En el ámbito de lo conceptual, en cambio, si algo no puede demostrarse imposible (es decir, inconsistente con su noción o con otras nociones verdaderas) entonces es, toda vez que no ha sido negado. Pues bien, Dios es posible. Si, además, fuera inconcebible todo aquello que se opone a Dios -a saber, un universo sin comienzo o autogenerado-, Dios sería asimismo verdadero.

Lo lógicamente evidente se explica por sí mismo o por razonamientos sencillos, mientras que lo empírico se explica por otra cosa, que a su vez remite a otra "ad infinitum" (no hay explicaciones definitivas en física). Que el universo sea es un hecho empírico, no algo evidente. Ergo, que el universo sea se explica por otra cosa, no por el propio universo ni por un sencillo razonamiento "a priori".

Así, es necesario que el mundo sea o no sea, pero no es necesario que sea del modo en que es ahora o no sea. Lo primero puede probarse en lógica, lo segundo no, por lo que exige un razonamiento de tipo inductivo. Luego, no es necesario; luego, es contingente.

Por otro lado, lo posible cuyo contrario es improbable es probable; y lo posible cuyo contrario es imposible es verdadero. Ahora bien, que el mundo, siendo móvil y contingente, carezca de comienzo o sea autogenerado es improbable o imposible. Por tanto, Dios es probable o verdadero.

En suma, el ateo -para serlo y no quedar en el mero agnosticismo- ha de afirmar que lo físico debe existir y obrar y lo no-físico no debe existir ni obrar. El teísta, en cambio, tiene bastante con mantener que tanto lo físico como lo no-físico pueden existir y obrar, aunque lo físico no puede existir por sí mismo. Las aseveraciones del teísmo se siguen de la más estricta lógica; las del ateísmo son pura petición de principio.

domingo, 24 de julio de 2011

Clarke, la inteligencia y las propiedades emergentes


La causa original y autoexistente de todas las cosas debe ser un ser inteligente. En esta proposición subyace el principal punto de disputa entre nosotros y los ateos. Pues el extremo de que algo debe ser autoexistente y que aquello que es autoexistente debe necesariamente ser eterno e infinito y la causa originante de todas las cosas, no conllevará mucha discusión. Pero todos los ateos, ya sea que sostengan que el mundo es en sí mismo eterno tanto en lo tocante a la materia como a la forma, ya que sólo la materia es necesaria y la forma contingente, o cualquier hipótesis que contemplen, siempre han afirmado y deben mantener, directa o indirectamente, que el ser autoexistente no es un ser dotado de inteligencia sino o bien pura materia inactiva, o, lo que en otras palabras viene a ser lo mismo, un mero agente necesario. Dado que un mero agente necesario debe en todo caso ser llana y directamente carente de inteligencia en el sentido más craso (la cual era la noción de ser autoexistente de los antiguos ateos), o bien su inteligencia (lo que constituye el aserto de Spinoza y algunos modernos) debe estar por completo separada de cualquier poder de decisión y elección, lo que en relación a cualquier excelencia y perfección, o de hecho a cualquier sentido común, es tanto como carecer absolutamente de inteligencia.

(...)

Ya que en general se dan manifiestamente en las cosas varios tipos de facultades y muy distintas excelencias y grados de perfección, es necesario que en el orden de las causas y los efectos la causa sea siempre más excelente que el efecto. Y consecuentemente, el ser autoexistente, sea lo que sea, debe necesariamente (siendo el originante de todas las cosas) contener en sí la suma y más alto grado de todas las perfecciones de la totalidad de las cosas. No porque lo que es autoexistente debe por ello tener todas las perfecciones posibles (pues esto, aunque sea completamente verdadero, no es fácilmente demostrable "a priori"), sino porque es imposible que ningún efecto posea alguna perfección que no se encontrara en la causa. Puesto que, si la tuviera, entonces dicha perfección sería causada por nada, lo que es una contradicción obvia. Ahora bien, de un ser carente de inteligencia, como es evidente, no pueden predicarse todas las perfecciones de todas las cosas del mundo, porque la inteligencia es una de estas perfecciones. Todas las cosas, por tanto, no pueden surgir de una causa originante carente de inteligencia, y por ende el ser autoexistente debe forzosamente ser inteligente.

No hay ninguna posibilidad para el ateo de evitar la fuerza de este argumento excepto aseverando una de estas dos cosas: o bien que no existe en absoluto ningún ser inteligente en el universo, o bien que la inteligencia no es una perfección distinta, sino meramente una composición de figura y movimiento, como sucede con la concepción vulgar del color y el sonido. De la primera de estas aseveraciones la propia conciencia de todo hombre ofrece sobrada refutación. Pues quienes han argumentado que los animales son simples máquinas no han presumido nunca todavía que los hombres lo sean también. Y que la última aseveración, en la que reside la principal fuerza del ateísmo, es absurda e imposible se verá acto seguido.

(...)

Ya que en los hombres en particular reside innegablemente el poder al que llamamos pensamiento, inteligencia, consciencia, percepción o conocimiento, o bien debe necesariamente haber existido desde la eternidad, sin causa originante en absoluto, una sucesión infinita de hombres en la que ninguno tuviera un ser necesario, sino todos ellos uno dependiente y transmitido; o bien estos seres de los que se predica la percepción y la consciencia deben en algún momento u otro haber surgido de lo que carecía de las mencionadas cualidades, esto es, sentido, percepción o consciencia; o bien deben haber sido producidos por algún ser superior inteligente. Nunca hubo ni habrá ateo que pueda negar que sólo una de estas tres proposiciones debe ser verdadera. Si, por consiguiente, las dos anteriores pueden ser probadas falsas e imposibles, la última habrá de considerarse ser demostrablemente verdadera. Ahora bien, que la primera es imposible es evidente por lo ya dicho en la prueba del segundo capítulo general de este discurso. Y que el segundo es igualmente imposible se demostrará a continuación. Si la percepción o la inteligencia son una cualidad distinta o perfección y no un mero efecto o composición de la figura y el movimiento carentes de inteligencia, en ese caso la facultad de percibir o ser consciente no puede haber surgido puramente de lo que no tiene tal cualidad de percepción o consciencia, porque nada puede transmitir a otro ninguna perfección que no radique en sí mismo o al menos en un grado más alto. Pero la percepción o inteligencia son cualidades distintas o perfecciones, y no un mero efecto o composición de la figura y el movimiento carentes de inteligencia.

(...)

Si alguien replicase (como el Sr. Gildon ha hecho en una carta al Sr. Blount) que los colores, sonidos, gustos, y cosas parecidas, surgen de la figura y el movimiento, que no tienen dichas cualidades en sí mismas, (...) la respuesta es muy sencilla. Pues, en primer lugar, los colores, sonidos, sabores, y cosas semejantes, no son de ningún modo efectos que surjan de la mera figura y movimiento (no habiendo nada en los cuerpos mismos, los objetos de los sentidos, que tenga algún rasgo o similitud respecto a alguna de dichas cualidades), sino que son simplemente pensamientos o modificaciones de la propia mente, que es un ser inteligente, y no son en sentido propio causadas mas sólo ocasionadas por las impresiones de la figura y el movimiento. (...) Y consecuentemente, por lo que afecta a la presente cuestión, llegaremos a la misma conclusión, que los colores, los sonidos y otras cosas parecidas, que no son cualidades de cuerpos carentes de inteligencia, sino percepciones de la mente, no pueden ser causadas por ni surgir de la mera figura o el mero movimiento carentes de inteligencia, o no más que el color puede devenir en un triángulo, o un sonido en un cuadrado, o algo ser causado por nada. (...) Y esto por esta sencilla razón, porque la inteligencia no es figura y la consciencia no es movimiento. Pues cualquier cosa que pueda surgir o ser compuesta de algo sigue siendo sólo aquellas mismas cosas de las que estuvo compuesta. Y si se hicieran infinitas composiciones o divisiones eternamente, las cosas seguirían siendo eternamente las mismas, y todos sus posibles efectos jamás serían otra cosa más que repeticiones de lo mismo. Por ejemplo, todos los posibles cambios, composiciones o divisiones de figura no son más que figuras, y todas las posibles composiciones o efectos del movimiento no son más que movimiento. Si, por tanto, hubo alguna vez un tiempo en el que no había nada en el universo excepto materia y movimiento, nunca pudo haber existido nada más en él que materia y movimiento. Y tan imposible habría sido que hubiese existido jamás una cosa tal como la inteligencia o la consciencia, o incluso cosas tales como la luz, o el calor, o el sonido, o el color, o cualquiera de las que llamamos cualidades secundarias de la materia, como es imposible que el movimiento sea azul o rojo, o que un triángulo se transforme en un sonido.

Lo que ha sido capaz de engañar a los hombres en este asunto es esto, que imaginan los compuestos ser algo de alguna manera en verdad diferente de aquello de lo que están compuestos, lo que es un enorme error. Pues todas las cosas de las que así juzgan los hombres, o bien, si son realmente diferentes, no son compuestos ni efectos de lo que los hombres los juzgan ser, sino algo completamente distinto, como cuando el vulgo cree que los colores y los sonidos son cualidades inherentes a los cuerpos cuando de hecho son puramente pensamientos de la mente; o bien, si realmente son compuestos y efectos, entonces no son diferentes sino exactamente lo mismo que siempre fueron (como cuando dos triángulos unidos forman un cuadrado, dicho cuadrado no es más que dos triángulos; o cuando un cuadrado es cortado en dos mitades y forma dos triángulos, estos dos triángulos siguen siendo las dos mitades de un cuadrado; o cuando la mezcla del polvo azul y el amarillo produce el verde, este verde no es más que el azul y el amarillo entremezclados, como puede verse claramente con la ayuda de los microscopios). Y, en breve, todo lo que es por composición, división o movimiento no es nada más que exactamente lo mismo que lo que era antes, ya se tome en su totalidad o en cualquiera de sus partes, o en un sitio u orden distintos. Aquel, pues, que afirme que la inteligencia es el efecto de un sistema de materia en movimiento carente de inteligencia debe o bien sostener que la inteligencia es un mero nombre o denominación externa de ciertas figuras y movimientos, y que difiere de las figuras y movimientos carentes de inteligencia no de otra manera que el círculo o el triángulo difieren del cuadrado (lo que es evidentemente absurdo); o bien debe suponer que ésta es una cualidad real y distinta que surge de determinados movimientos de un sistema de materia que en sí misma no es inteligente, de lo que se sigue una no menos evidentemente absurda consecuencia, a saber, que una cualidad proceda de otra.


Samuel Clarke

domingo, 17 de julio de 2011

Contra Faure-I




Se me ha pedido más de una vez que refute las Doce pruebas de la inexistencia de Dios de ese torpe ex-seminarista, Sébastien Faure, que tuvo a bien poner por escrito las aporías que lo habían conducido al ateísmo. Son éstas tan vulgares, capciosas y faltas de sutileza que basta un examen rápido para rechazarlas desde su mismo planteamiento. Habría considerado indigna e inútil esta tarea si no hubiera visto este trivial escrito esgrimido con ardor por ateos contemporáneos, quienes no dudan en avalar las afirmaciones que en él se contienen ni en echar mano de la filosofía más averiada con tal de que secunde sus opiniones. Procedo, pues, a citar a su autor en los correspondientes apartados y a responder a continuación.

I. La acción de crear es inadmisible


Crear es obtener algo de la nada; es formar lo existente de lo inexistente. Por tanto, yo imagino que no se encontrará ni una sola persona dotada de mediana razón que conciba cómo con nada puede hacerse alguna cosa.


Con nada, evidentemente, nada puede hacerse, puesto que no puedo componer una melodía con ningún sonido ni formar un ejército con ningún soldado. Ahora bien, puedo hacer un sonido de un no-sonido y un soldado de un no-soldado. Así, Dios, que no es la nada ni la materia, pudo hacer la materia de la nada. Luego, de la nada sí puede hacerse algo, puesto que ello no implica ninguna contradicción y es, por tanto, posible. Para que crear de la nada fuese imposible, la existencia eterna de lo real debería ser necesaria. No siéndolo, en tanto que puedo concebir consistentemente infinidad de universos distintos a éste y de duración variable, se sigue la posibilidad de su contrario, la creación "ex nihilo".

En consecuencia, la hipótesis de un Ser verdaderamente creador es una hipótesis que la razón rechaza. El Ser creador no existe, no puede existir.


Falsa consecuencia. Se desestima la conclusión.


II. El Espíritu puro no pudo determinar el Universo

Entre el Espíritu puro y el Universo, no solamente existe un foso más o menos ancho, más o menos profundo, y que, en rigor, pudiera llenarse o franquearse, no; existe un verdadero abismo, de una profundidad y extensión tan inmensas que por grande que sea el esfuerzo que se realice, nadie ni nada puede allanar. Ateniéndome a mi razonamiento desafío al filosofo más sutil, como al matemático más consumado, a que establezca una relación (cualquiera que ella sea y mucho mejor la directa de causa a efecto), entre el puro espíritu y el Universo.


Entre el espíritu y un cuerpo no puede haber relaciones físicas ni espirituales, pero sí cualquier otro tipo de relación. Por ejemplo, una relación de producción en el caso de Dios y el universo, o una relación de armonía o de sincronía en el caso del cuerpo y el alma.


Llegado a este punto de mi demostración, establezco sólidamente (...) que aun persistiendo en esa creencia, no puede admitirse que el Universo, esencialmente material, haya sido creado por el Espíritu puro, esencialmente inmaterial.


No hay tal solidez, sino vana palabrería e ineptitud metafísica.


III. Lo perfecto no produce lo imperfecto

Por muy entusiasta que yo sea de las bellezas naturales, y por grande que sea el homenaje que les rinda, no me atreveré a sostener que el Universo sea una obra sin defectos, irreprochable, perfecta. Y no creo que haya nadie capaz de sostener tal opinión. Luego, no siendo la obra irreprochable, el autor, el Dios de los creyentes, tampoco es perfecto.


No puede demostrarse que el universo no es perfecto hasta que se haya definido en qué consiste ser perfecto en este supuesto y se conozca el universo en toda su complejidad. El autor de estas líneas no ha hecho lo primero ni es capaz de lo segundo.


En conclusión: O Dios no existe o no puede ser el Creador, tal es mi convicción. O bien: siendo el Universo una obra imperfecta, Dios no puede ser sino imperfecto. Silogismo o dilema, la conclusión del razonamiento es la misma.


Nuevamente, la conclusión no concluye nada.


IV. El Ser eterno, activo y necesario, no pudo estar inactivo o ser innecesario

Decir que Dios no es eternamente activo es admitir que no siempre lo fue, que ha llegado a serlo, que ha comenzado a ser activo, que antes de serlo no lo era, y puesto que por la creación es como se ha manifestado su actividad, es afirmar a un mismo tiempo que, durante los millares y millares de siglos que precedieron a la acción creadora, Dios estaba inactivo.


En primer lugar, antes de la creación no cabe hablar de siglos, al no haber materia ni movimiento ni tiempo alguno que medir. En segundo lugar, el cristianismo atribuye a Dios la generación perpetua del Hijo, lo que salva la objeción de ociosidad y proporciona un buen argumento contra el credo musulmán.


O bien Dios es eternamente activo y necesario y, en este caso, ha creado eternamente. La creación es eterna, el Universo no ha comenzado jamás, existió en todo tiempo, es eterno como Dios, es Dios mismo con el cual se confunde.


Sigue utilizándose el reduccionismo como ardid para simplificar la cuestión y forzar al adversario a autocontradecirse. No hay motivo para presuponer que toda actividad es material. Así, puesto que tanto lo activo como lo pasivo se dan en la materia, no puede afirmarse que ésta sea esencialmente activa ni, con más razón, que la actividad sea esencialmente material.


Siendo así, el universo no ha tenido principio alguno, no ha sido creado.


Una vez más, la conclusión es tan errónea como el razonamiento que la precede.


V. El Ser inmutable no pudo haber creado

Dios es inmutable. Sin embargo, sostengo que si Dios ha creado, no es inmutable, pues ha cambiado dos veces. Determinarse a querer, es cambiar. Es evidente que existe un cambio entre el ser que quiere una cosa y el que queriéndola la pone en ejecución. Si yo deseo y quiero hoy lo que no deseaba ni quería hace cuarenta y ocho horas, es que se ha producido en mi, o a mi alrededor, una serie de circunstancias que me han inducido a querer. Este nuevo deseo de querer constituye una modificación que no se puede poner en duda, que es indiscutible.


Ridículo antropomorfismo. Se infiere, dado que el hombre se determina a querer cuando actúa, que Dios hace lo mismo; y que, toda vez que el hombre cambia al determinarse a querer, otro tanto ha de suceder a Dios. ¿Cómo se llega a esto? No por deducción, ya que no tiene ningún sentido equiparar la causa primera y autosuficiente a las causas segundas y dependientes. Tampoco por inducción, habida cuenta que no se posee experiencia alguna de los procesos volitivos de Dios. Sólo por analogía, y falsa analogía por cierto, cabe sostener un argumento tan disparatado.


VI. Dios no pudo haber creado sin motivo

¿Por qué motivo tomó Dios la resolución de crear? ¿Qué móvil le impulso a ello? ¿Qué deseo germinó en él? ¿Qué designio se forjó? ¿Qué idea persiguió? ¿Qué fin se había propuesto?

Bien mirado, este Dios no puede experimentar ningún deseo, puesto que su felicidad es infinita, ni perseguir ningún fin, cuando nada falta a su perfección; no puede formar ningún designio, puesto que nada puede extender su poder; no puede determinarse a querer nada no teniendo necesidad alguna.


Curiosa omnipotencia la que fuerza a Dios a la pasividad absoluta. No pudiendo desear nada, tampoco podría desear existir y sería indiferente a su propio ser. Ahora bien, la indiferencia es contraria a la felicidad, que exige asentimiento a la propia condición. Por tanto, Dios no puede ser feliz e indiferente a sí mismo. Entonces, el ser perfecto, a quien llamamos Dios, no puede ser infeliz, ya que la infelicidad es una imperfección. Síguese que, al ser feliz, tampoco puede ser indiferente; ergo, Dios debe desear. ¿Y en qué consiste tal deseo? La respuesta está en Platón (El Banquete):

Cuando lo que tiene impulso creador se acerca a lo bello, se vuelve propicio y se derrama contento, procrea y engendra; pero cuando se acerca a lo feo, ceñudo y afligido se contrae en sí mismo, se aparta, se encoge y no engendra, sino que retiene el fruto de su fecundidad y lo soporta penosamente. De ahí, precisamente, que al que está fecundado y ya abultado le sobrevenga el fuerte arrebato por lo bello, porque libera al que lo posee de los grandes dolores del parto. Pues el amor, Sócrates, no es amor de lo bello, como tú crees, sino amor de la generación y procreación en lo bello.


Dios, poseyendo la idea de lo bello, deseó crear y creó un mundo pletórico de belleza. No porque requiriese de él, sino porque convenía a su perfección multiplicar hasta el infinito los efectos de ella derivados, y correspondía a su bondad desearlo, pues lo semejante atrae a lo semejante, como ya sabían los antiguos.


Prosigue Faure

¿Quién podrá decir: “he aquí el ultimo anillo, el anillo efecto”?


Cree este autor que es tan absurdo hablar de causa primera como de efecto último. De nuevo, juega con las palabras y se refugia en la ambigüedad del término "último". Éste puede significar tanto "el último hasta el momento" como "el último definitivamente". Ahora bien, el término "primero" no adolece de esta ambigüedad, y se entiende que se es primero en sentido absoluto, no temporal.

Tiene, pues, pleno sentido hablar de "el último efecto" si nos referimos al último hasta el momento -es decir, al presente. No lo tiene, en cambio, hablar de él como el último de todos los que han de suceder, ya que no hay razón para conjeturar que la cadena causal se rompe o cesa, en base al principio según el cual todo lo que es seguirá siendo mientras no sea impedido. Y, sin embargo, la misma razón nos inclina a suponer que la cadena debe contar con un comienzo, en virtud del principio -reverso del anterior- por el cual todo lo que no es no será mientras no sea generado. Luego, si el universo cambia, y llamamos "cambiar" al mudar de un estado que es a otro que no es, el universo es generado. No siéndolo por sí mismo (por el principio: Nada es causa de sí ni efecto de sí), lo es por otro al que no puede asimilarse, toda vez que es su opuesto. Es decir, procede de Dios, simple, carente de materia, de sucesión, de pasiones, etc.


De su inane perplejidad ante el término "causa del universo", Faure deduce ser inconcebible el que el universo sea causado:

A la segunda proposición: “El Universo es un efecto”, le falta una condición indispensable: la exactitud. En consecuencia, el citado silogismo no vale nada.


Pero la proposición es exacta. El universo es un efecto, si es racional. Si no lo es, procediendo en círculos los eones, no hay verdaderas causas ni verdaderos efectos, ya que resulta tan cierto afirmar que A es causa de B como que B es causa de A. Tal destruye la ciencia y la filosofía y nos sume en el más ciego escepticismo.


En fin, Faure añade más adelante:

Si es evidente que no hay efecto sin causa, es también rigurosamente cierto que no existe causa sin efecto.


Que es parecido a decir:

Puesto que no hay hijo sin padre, se sigue de suyo que no hay padre sin hijo.


Esto es a la vez una simpleza y una falacia. La falacia, más que obvia, radica en reducir al hombre que antecede al hijo a su mera condición de padre, no obstante fuera hombre mucho antes de ser padre. Así, también Dios fue antes de ser creador.

domingo, 10 de julio de 2011

De alguna parte




Si la capacidad intelectiva nos es común, también la razón, por la que somos racionales, nos es común. Si es así, también es común la razón que prescribe lo que debemos hacer o no. Si es así, también la ley es común. Si es así, somos ciudadanos. Si es así, participamos de alguna clase de constitución política. Si es así, el mundo es como una ciudad. Porque ¿de qué otra constitución común se dirá que participa todo el género humano? Y de allí, de esa ciudad común, nos viene también la capacidad intelectiva, la racional y la legal. ¿O de dónde? Pues igual que lo terreno se me ha dado como una parte de alguna clase de tierra, lo líquido, de otro elemento, el hálito vital, de alguna fuente, lo cálido e ígneo de alguna fuente propia (pues nada procede de la nada, como tampoco retorna a la nada), así también la capacidad intelectiva viene de alguna parte.


Marco Aurelio