domingo, 18 de marzo de 2007

Comunicado


El ateísmo es como el frío, la ausencia de algo, en este caso la ausencia de religiosidad y de sentido. Prolifera en épocas de estupefacción generalizada, mas desaparece cuando las certezas sobre lo que nos rodea sedimentan y pueden interrelacionarse con las restantes ramas del saber. Es lícito decir que el método científico debe su apabullante prestigio social a su extensión práctica y a su carácter independiente en lo teórico, ese no rendir cuentas ante nadie favorecido por el realismo ingenuo. Para mantenerse en su trono y no verse confinado, como correspondería, al desván de la erudición, hoy el hombre de ciencia debe también cambiar constantemente de silla, a fin de que nadie le dispute el asiento.

Estando así las cosas, el drama de los darwinianos es que llevan demasiado tiempo en la palestra y han tenido que aguar su teoría. Qué digo aguar, licuarla en el cuenco de la propaganda. Morir de éxito, lo llamo. Es por ello que la lucha final en este terreno no la librarán biólogos ateos contra biólogos teístas, sino pregoneros contra predicadores.

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