viernes, 18 de octubre de 2013

Ciencia platónica




Definiciones

I.

Ciencia es todo conocimiento metódico basado en principios generales por el que pueda alcanzarse la verdad.

II.

Proposición verdadera es aquella cuya negación es contradictoria o conduce a una contradicción.

III.

Contradictoria es la proposición que no se adecua al sistema al que pertenece o a los hechos que describe.

Et contra:

"Ciencia es todo conocimiento basado en hechos reales y comprobables". 

Es falso, puesto que -como se probará- no son los hechos los que hacen a la ciencia, sino la ciencia la que hace a los hechos. Aquélla fundamenta a éstos, no a la inversa.

"Verdad es la adecuación de la proposición a los hechos que describe". 

Esta afirmación es autocontradictoria, ya que si la verdad exige esta adequatio, la proposición anterior no la cumple, toda vez que no describe hechos. Por tanto, es falsa y no es científica.

Axiomas

I.

La verdad es una e inmutable.

II.

Los hechos no son contradictorios con la verdad.

III.

Los hechos son múltiples y mutables.

Proposiciones

Primera.- La verdad existe.

Demostración: Si la verdad no existe, entonces "la verdad existe" debe tenerse por una proposición contradictoria (por la definición II). Sin embargo, "la verdad existe" no se contradice con ninguna otra verdad que conozcamos. Además, si la verdad es una o reducible a una (por el axioma I), todos los hechos deben estar incluidos en la noción de verdad, puesto que, de no estarlo, o bien habría dos verdades, lo que se niega, o bien los hechos no serían verdaderos, lo que es imposible (por el axioma II). Luego, estando necesariamente los hechos en la verdad, es cierto e converso que necesariamente está la verdad en los hechos. Y los hechos existen. Por consiguiente, la verdad existe.

Segunda.- Sólo la verdad puede ser conocida.

Demostración: Los hechos son múltiples y mutables (por el axioma III), mientras que la ciencia sólo puede llegar a conocer la verdad (por la definición I). Ahora bien, la verdad es una e inmutable (por el axioma I). Por tanto, sólo la verdad puede ser conocida.

Tercera.- La verdad no procede de los hechos.

Demostración: Los hechos sólo se conocen en la medida en que participan de la verdad, ya que sólo la verdad puede conocerse (por la proposición segunda). Por tanto, la verdad no procede de los hechos.

Cuarta.- Los hechos proceden de la verdad.

Demostración: Se concede que la verdad y los hechos existen (por la proposición primera) y que los hechos son verdaderos. Se sigue que no hay hechos sin verdad. Entonces, o bien los hechos y la verdad mantienen una relación lógica y necesaria, o bien una relación causal y contingente. No se aprecia tal relación lógica, con lo que, por la ley del tercio excluso, sólo puede tratarse de una relación causal. Por tanto, los hechos proceden de la verdad.

Quinta.- La verdad es eterna.

Demostración: Dado que los hechos existen en el tiempo, y la verdad no procede de los hechos (por la proposición tercera), la verdad no procede del tiempo. Por tanto, la verdad es eterna.

Sexta.- La verdad es Dios.

Demostración: La verdad existe (por la proposición primera), no procede de los hechos (por la proposición tercera) y es eterna (por la proposición cuarta). Es, por añadidura, causa primera de todos los hechos (por la proposición cuarta). Por tanto, la verdad es Dios.

Séptima.- Sólo Dios puede ser conocido.

Demostración: Sólo la verdad puede ser conocida (por la proposición segunda), y la verdad es Dios (por la proposición sexta). Por tanto, sólo Dios puede ser conocido.

Octava.- Sólo la teología es propiamente una ciencia.

Demostración: Sólo Dios, que es la verdad, puede ser conocido (por las proposiciones sexta y séptima). La ciencia sólo se ocupa de la verdad (por la definición I). Por tanto, sólo la teología es propiamente una ciencia.

lunes, 14 de octubre de 2013

En torno a Suárez


Si hay ley, hay autoridad que la respalde.
La naturaleza carece de autoridad.
Todo lo que no es naturaleza es o Dios o nada.
La nada carece de autoridad.
Por tanto, si hay ley en la naturaleza, procede de Dios.

Hay ley en la naturaleza.
Por tanto, procede de Dios.

El ateo rechaza la primera premisa (que la ley requiera de autoridad) y la tesis de que hay ley en la naturaleza.

Respecto a lo primero, no veo cómo puede negarse. Toda ley moral, que presupone la libertad de los sujetos a quienes va dirigida, ha de estar instrumentada mediante algún tipo de compulsión promovida por un superior. Si no hay superior, no hay obligación ni castigo legítimos, dejándose el cumplimiento a la voluntad de cada uno, con lo que no puede hablarse de ley.

Tocante a lo segundo, cabe negar o afirmar que hay ley moral en la naturaleza. La negación, a su vez, puede ir dirigida al carácter de ley de las constantes que hallamos en la naturaleza, a la condición de natural predicada de tal ley, o a ambos. Así, si no se concede que haya ley, se admitirá que la moral es puramente consuetudinaria, cambiante, opinable y, a la postre, circunstancial y subjetiva. Por otro lado, si no se concede que dicha ley sea natural, se admitirá que es sobrenatural o antinatural.

En el caso de que se opte por la asunción inmoralista, no tengo nada más que alegar. Con inmoralistas no se discute de moral, ni con apolíticos de política, ni con analfabetos de gramática. Si, por el contrario, se prefiere la opción antinaturalista, excluyendo a Dios, habrá que explicar de dónde procede el carácter relativamente homogéneo del comportamiento humano y de los códigos que lo regulan, toda vez que la naturaleza parece predisponernos tanto al bien como al mal. Y, sobre todo, de dónde el que debamos preferir siempre obrar justa antes que injustamente.

Tal vez quedaría una última salida fuera de este esquema, consistente en pretender que junto a la naturaleza y a Dios se da una tercera posibilidad: la razón. Pero a ésta aplican las mismas objeciones que formulábamos contra la naturaleza: no es unívoca y, de serlo, ningún mandato absoluto me obliga a seguirla.

sábado, 12 de octubre de 2013

Las riendas sagradas del poder




La tesis de que el mundo secular y la modernidad arrinconaron a la Iglesia, obligándola a aceptar nolens volens la libertad de conciencia como un derecho humano, es uno de los muchos cuentos históricos que el ateo necesita creer y hacer creer para promocionar las bondades de su causa.

La verdad es justo la contraria. Fue el poder político, no el religioso, el más interesado en unir a sus súbditos bajo una sola religión. La Iglesia compartía obviamente este interés, pero no a cualquier precio, de donde surgieron los derechos individuales, derechos sagrados, como cortapisa a la potestad omnímoda del soberano, que también estaba sometida al juicio de Dios. Negar esto es negar la historia o travestirla, distorsionando la importancia relativa de los hechos y poniendo los efectos en lugar de las causas.

Cuanto más poderosa y hegemónica fue la Cristiandad menos necesitó de la coacción jurídica y las penas físicas, bastando el imperio de la fe y el natural discurrir de las buenas costumbres para garantizar la paz y el orden. La Inquisición fue un antídoto tardío contra herejías subversivas, fanatismos carismáticos y cismas virulentos que señalaron el inicio de la era moderna, amparados en una idea espuria y anárquica de la libertad religiosa.

No debe afirmarse, pues, que el cristianismo se desvinculó del poder político una vez perdida su hegemonía. Es así que la Iglesia nunca estuvo más apegada al Estado que cuando fue más débil y, dividida, se vio obligada a sobrellevar su decadencia con la ayuda de un apoyo externo. E converso, nunca fue más heroica, expansiva y gloriosa que en los tiempos de su persecución.