La democracia liberal se sustenta en tres principios tácitos: novedad, mediocridad, sensibilidad.
Novedad: La verdad histórica se nos está revelando ahora, por primera vez en su intensidad máxima.
Mediocridad: Todo individuo es intercambiable dentro de una estructura preestablecida y autosubsistente (todos pueden lograrlo todo).
Sensibilidad: La ética se reduce a compasión.
El primer principio es mesiánico, o meramente relativista; el segundo es mecánico; el tercero, empático.
La realidad moral es percibida instintivamente por los sentidos como sufrimiento y fijada como el mínimo común denominador de la especie (sensualismo, psicologismo).
Puesto que todos tenemos una capacidad semejante de sufrimiento, se infiere que también tenemos potencias intelectuales y móviles morales semejantes (confusión entre acciones y pasiones; obsesión por clones y robots; igualitarismo, animalismo, ateísmo).
La verdad es la adecuación entre la percepción moral empática, elevada a estándar social, y su plasmación intelectual en leyes generales ("adaequatio intellectus et rei"). Al ser la percepción siempre nueva, también lo es la verdad, que cambia continuamente y permanece en estado líquido: sólo es válida tal y como la percibe hoy el hombre medio. Ello justifica la necesidad de constantes sufragios populares y exime a la política de congruencia ("tabula rasa", maquiavelismo, anarquismo).
Destruido el sensualismo, destruida la democracia.