martes, 6 de enero de 2015

A propósito de Leibniz. Respuesta al artículo de Javier Pérez Jara.




Proyectar destruir la filosofía leibniziana mediante un "breve comentario" desaliñado, mal estructurado y escrito de cualquier manera es ya índice de la vanidad del recensionista y de su ciega confianza en la superioridad de las convicciones que sostiene. Los adjetivos con los que un vulgar y oscuro doctorando despacha al gran filósofo ("ridículo", "delirante", etc.) son vejatorios y propios de un fanfarrón despreciable. En fin, el aire de matadragones que se da Javier Pérez Jara no se compadece con la ínfima calidad que exhiben sus armas, siendo la crítica ineficaz en todos sus puntos, como demostraré.

En síntesis, la censura de Pérez Jara a Leibniz se basa en los cargos de ser su filosofía incongruente, antropocéntrica, criptopanteísta y dogmática.

Paso a examinar los puntos de que se vale el susodicho para desvirtuar a Leibniz y, en particular, su Teodicea y su Monadología.

- Que no se pueden traspasar propiedades de las partes al conjunto de las mismas.

Este principio, lejos de ser un axioma, es válido sólo en ocasiones. Pues, aunque el conjunto de los animales no sea un animal ni el de los números complejos un número complejo, el conjunto de la materia sí es materia, el de lo divisible sí es divisible, y el de lo contingente sí es contingente, que es de lo que aquí se trata, pues hablamos de si estas propiedades son aplicables al universo.

- Que Dios debe estar en el mundo, en un imaginario meta-mundo o en ninguna parte.

Dios no está en parte alguna en tanto que ente físico, sino que su presencia radica en su poder. Siendo creador de todo, está en la raíz de todas las cosas que ha generado de la nada y sustenta a cada momento. Su presencia es más real que la realidad misma, ya que todo lo penetra y todo lo comprende.

- Que, aunque se demuestre que debe existir un dios creador de todo, con ello no se habrá probado que tal tiene que ser el dios cristiano.

Sin embargo, si el cristianismo define a Dios como espiritual, eterno, omnipotente y creador del espacio y el tiempo, y el dios objeto de demostración reúne asimismo estas cualidades, se mostrará que existe una notabilísima coincidencia entre la filosofía y la religión revelada. Luego, aun admitiendo que con ello no quedan probadas otras características propias del dios cristiano, como la Encarnación o su carácter trinitario, un teísta puede no obstante darse por satisfecho.

- Que el dios cristiano es antropocéntrico, como "un hombre grande", y por ello falso a todas luces.

Acusar de antropocentrismo al teísmo por concebir a Dios dotado de inteligencia y voluntad es dar por hecho que estas cualidades sólo se dan en el hombre y en otros seres sintientes conocidos por nosotros, provistos de "cerebro reptiliano", "córtex" y "neocórtex". Nada más provinciano y antifilosófico que esta asunción. No es, en efecto, necesario que la inteligencia y la voluntad se vertebren mediante el cerebro (imposible es sólo aquello cuyo concepto implica contradicción, no habiendo contradicción a priori en que existan inteligencias sin cerebro). Tal equivale a decir que los astros y los planetas no pueden surcar los cielos porque carecen de alas. Semejante estupidez mueve a risa y no amerita mayor comentario.

Por otro lado, antropocéntrico no es sólo lo que se asemeja al hombre (ésta es la definición de antropomorfo), mas lo que parte de la experiencia y categorías racionales del hombre, no idénticas ni forzosamente parecidas a las de los demás seres. En otras palabras, antropocéntrico es todo lo que podamos pensar, razón por la cual resulta imposible escapar al antropocentrismo, lo que convierte al reproche en necio.

- Que la noción de "perfección" es cultural y relativa, no universal, por lo que un dios perfecto en sentido absoluto constituye una quimera.

La perfección entendida como acto puro, sumo bien, óptimo máximo, etc. está tan poco sujeta a variación cultural como la noción de infinito o eterno. Lo perfecto no es simplemente lo bueno, a saber, lo bueno para alguien o para algo (que con toda probabilidad será malo o indiferente para otros), o lo bueno aquí y ahora (que tal vez será malo o indiferente en otro momento), sino lo que es bueno siempre, para todos y en grado máximo, esto es, el fundamento del ser, la esencia del orden, el fin de la virtud. Afirmar que toda la verdad, toda la realidad, toda la bondad y toda la belleza se concentran en un solo punto: tal es Dios en pocas palabras.

- Que las verdades eternas no existen fuera de nuestra mente.

Si esto fuera verdadero, lo sería sólo en tanto existieran seres racionales que actualmente concibieran dichas verdades. Lo que es tanto como aseverar que un teorema es verdadero cuando lo pienso y falso cuando dejo de pensarlo. Ahora bien, si el pensamiento otorgase eo ipso la verdad, todo lo pensado sería verdadero, lo que resulta absurdo. Y si el pensamiento es condición necesaria pero no suficiente de lo verdadero, ¿qué otra condición necesaria se requeriría? Puesto que si lo verdadero es aquello que se adecua a la realidad, vano será hablar de adecuación cuando no hay ningún ser capaz de formular proposiciones ni de percibir nada adecuado a las mismas. Luego lo verdadero sólo es tal en tanto que pensado. Pero lo anterior es evidentemente falso, y por consiguiente también la premisa de la que se parte.

- Que el encadenamiento de verdades a la que se refiere Leibniz no puede fundamentar a Dios, puesto que ella misma precisa de fundamento.

Esto es exactamente lo que Leibniz dice: que Dios fundamenta las verdades, no las verdades a Dios. La idea de encadenamiento explica que ninguna verdad puede contradecirse con otra, pues ello quebrantaría la cadena, pero que sin embargo puede haber eslabones superiores, no conocidos por nosotros, que no impliquen contradicción alguna y sustenten todo el edificio con una perfección que hoy no podemos atisbar.

- Que una sustancia es aquello que existe por sí, por lo que las mónadas no pueden ser sustancias, toda vez que existen por Dios.

La definición de sustancia es falsa, y por ende también lo es la conclusión. Sustancia es lo existente que puede entenderse por sí mismo. Las mónadas, al carecer de partes y ser espejos o epítomes de la naturaleza, no requieren de causa para ser entendidas, aunque sí requieran de Dios para existir. La crasa indistinción entre esencia y existencia conduce a Pérez Jara a este error, por lo demás evidente.

- Que la armonía preestablecida entre noúmeno (mónada) y fenómeno niega la causalidad y la libertad.

Es falso que las niegue. El sistema de la armonía implica que toda sustancia expresa a las demás por las relaciones que tiene con ellas. La explicación que Leibniz da es perfectamente plausible: si la materia está imbricada y no hay vacío o intersticios entre sus partes, toda sustancia expresa el todo, aunque de distinto modo. Luego toda sustancia es armónica con las demás, como lo serían las distintas pinturas que varios artistas hicieran de una misma ciudad desde diversas perspectivas. De ahí que el alma pueda seguir sus propias leyes (las de los fines), lo que garantiza su libertad, y el cuerpo las suyas (la de las causas), convergiendo todo en última instancia en Dios.

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