miércoles, 11 de octubre de 2023


No es común encontrar a pensadores ateos que indaguen honestamente la existencia de Dios. Preguntadles qué prueba juzgarían suficiente para demostrar la existencia de un ser inmaterial, eterno, todopoderoso y creador del universo: o bien no sabrán qué responder, o bien exigirán presenciar un gran milagro. De este modo queda patente su imbecilidad, pues los milagros se emplearon antaño para persuadir al vulgo -que ya creía en Dios- de la condición divina del taumaturgo, no para probar a Dios mismo. Decir que un milagro prueba a Dios es poner el carro antes que los bueyes, ya que la noción de milagro presupone a Dios. Sin Dios no hay milagros, sólo hechos que nuestro limitado conocimiento considera extraordinarios.
 
Luego lo cierto es que tales pensadores, que lo son sólo de nombre, no piensan nunca en Dios ni entienden en qué consiste su noción, y menos todavía atisban las consecuencias de negarlo. Si son honestos, admitirán que ninguna prueba basta para asentar algo que estiman imposible. Ahora bien, si les preguntáis por qué tienen por imposible aquello que no sólo no repugna a la lógica sino que es lógicamente sustentable mediante multitud de argumentos filosóficos, estos necios con ínfulas volverán a poner la mirada en blanco y se despacharán con paralogismos y evasivas en lugar de ofrecer lo que se espera de ellos, a saber, una demostración cumplida de la imposibilidad de Dios.

Vamos, pues, a ayudar a tales sabios de pacotilla a hallar la prueba que no han logrado alumbrar en siglos de impotencia intelectual. Tal vez sea ésta:

Sólo lo racional puede existir.
Sólo lo que puede demostrarse es racional.
Sólo lo empírico puede demostrarse.
Dios no es empírico.
Por tanto, Dios no puede demostrarse.
Por tanto, Dios no es racional.
Por tanto, Dios no puede existir.

O quizá ésta:

Sólo lo material o corpóreo existe.
Dios no es material o corpóreo.
Luego Dios no existe.

O ésta:

Sólo lo que obra existe.
Sólo lo espaciotemporal obra.
Dios no es espaciotemporal.
Luego Dios no obra.
Luego Dios no existe.

Estos ridículos silogismos están tan lejos de ser demostrativos como el ateo de ser filósofo. Sin embargo, así cree quien no cree. Se afirma que Dios es improbable porque no se entiende qué clase de prueba podría fundamentar a Dios, y de esta guisa se concluye que la realidad se fundamenta a sí misma. Se asevera que Dios es innecesario porque se define la necesidad en términos estrictamente físicos, lo que conduce a la ilusión de la necesidad de la naturaleza, la cual, puesto que existe, debe existir. Tal es la miseria del ateísmo: descreer lo que se ignora e ignorar lo que se cree.

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