domingo, 27 de mayo de 2007

Herejía universal


Para mí existe una división tajante entre creyentes: están los que aciertan y están los que yerran. Para ti, ateo, todos son idiotas y peligrosos en similar medida, según les dejemos hacer. No cabe, entonces, entrar en competiciones de credos hasta que tú y los tuyos no creáis en algo o deis a una creencia un grado de plausibilidad mayor que a todas las otras. Esta es una posición muy cómoda que os coloca como inapelables jueces a perpetuo.

Un ateo, si nos atenemos a vuestra definición estrictamente negativa de dicha ideología, no yerra, dado que no elige. Sólo muestra la insuficiencia ajena de razones para elegir. Y aunque eso sea falso (pues negar es afirmar la contraria y creer lo contrario de lo que se niega), tal nos conduce a sostener que no existe la herejía en el ateísmo, ni siquiera como cuestión conceptual. Un hereje desde el punto de vista del ateo lo es sólo para los otros, fanáticos. Es decir, solamente el fanático -y vuestro "fanático" es todo el que crea con el mismo grado de certeza con el que vosotros descreéis- merece ser tratado como hereje de la razón.

Aunque, hablando de razones, ¿podéis darme una para ser ateo? "Llevar la frente en alto sin necesidad de, para ello, soñar que alguien más alto nos ha creado". La frente en alto... ¿frente a quién? ¿De qué humillaciones y por qué extraño sofisma nos inmuniza el ateísmo? Si de las de la religión, ¿no sería mejor inventarse una donde fuéramos incuestionables? Ah, ¡pero eso destruiría el orden social! Agachad, pues, la cerviz, traidores.

En resumen, el ateísmo o bien es una opción de la razón o bien lo es del orgullo. Si lo es de la razón, lo más razonable no será siempre lo que más nos enorgullezca, y cabe pensar que va a ocurrir justo al revés: la sabiduría nos hará más modestos. Pero si lo es del orgullo, entonces la razón os estorba. Os sirve, acaso, para marcar herejes.


3 comentarios:

Ignacio dijo...

El error es que contrapones Ateo a creyente.

¿Es una militancia como de futbol?

La fe es una gracia.
Yo no la tengo: soy un desgraciado.

Si fuera a misa, me diera golpes de pecho y viviera aprentando ser un católico sería un hipócrita.

Otra cosa es que como yo no soy creyente, pretenda que nadie lo sea.
Tan absurdo y ridiculo como querer hacer creyentes a los que no lo son.
Es cosa personal, intima e intransferible, no una opción política o futbolística.

No sois mi enemigo. No te coloques en ese bando, eso, es un error.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Hola, Ignacio.

Yo no te llamaría desgraciado. Pareces un ateo de buen temperamento, como hay muchos. Pero ¿quién los cuenta? El ateísmo como ideología me aterra porque carece de límites. Es el exceso travestido de mesura, un falso virtuoso.

Me he topado con personajes a los que nada puede detener, salvo quizá un desafío público. No hace mucho yo quería que la tierra se bañase en sangre. Si hay hoy en el mundo diez mil como yo entonces y con más poder, estamos perdidos.

Ignacio dijo...

vayamos pues al desafio publico: la luz aclarará