Todo en el hombre es incompleto. Nuestras percepciones son completadas por nuestra razón, y nuestra razón por la fe. Nadie posee un sistema racional cerrado y demostrable como única norma de vida. La certeza y la verosimilitud se alternan en un edificio siempre cambiante cuyos fundamentos están ocultos.
Así, quien no lo sabe todo en máximo grado, no sabe nada en realidad, puesto que no ha logrado la coherencia absoluta entre las partes objeto de su entendimiento, y todo es en él provisional e inseguro. Sócrates se confesó ignorante al apercibirse de la infinidad de ideas y de su infinita altura y profundidad. Platón, desarrollando lo paradójico de esta ignorancia docta, infirió que todo lo sabemos, aunque imperfectamente.
Ahora bien, quien tiene idea de lo imperfecto la tiene también de lo perfecto. Toda decisión moral, o es irracional (la moral cartesiana de la línea recta sin dirección) o presupone la perfección de los fines. La cadena de razonamientos tiene que detenerse en algún momento en un lugar llamado "lo bueno". ¿Bueno por qué y para quién? ¿Bueno hasta cuándo? No importa: bueno. Por ello, sabiendo que nuestra razón no es perfecta, nos determinamos a obrar como si lo fuese, confiando en que algo inasible al otro extremo de la misma lo es.
"Begoña Gómez y su errónea línea de defensa"
Hace 1 hora
2 comentarios:
Exclente post. ¿Forma parte de una obra más extensa?
Gracias. No, pero ya que lo dices puede formar parte de una misma serie con el siguiente.
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