Un símbolo no puede atentar contra la libertad religiosa, salvo que sea un símbolo objetiva e intencionadamente insultante. Unas caricaturas en un periódico, pongamos por caso. Ahora bien, si el problema es la financiación pública de iconos, podríamos empezar la criba con la bandera de Europa, de inspiración mariana, o con el tema de la Unión europea de radiotelevisión, el preludio del "Te Deum" de Charpentier, que también deberían molestarnos por las reminiscencias que conllevan.
Pero divago. Asumamos que algunos símbolos son ofensivos para determinadas personas por razón de su fe o falta de ella, y que ello, cuando viene respaldado por el poder público, logra un efecto excluyente en las mismas. En este caso puede irse un poco más allá y exigir la retirada de todo monumento u homenaje a cualquier figura histórica que no compagine con nuestra idiosincrasia. Pues, a no ser que se crea que el estatus de las religiones es superior al de las ideologías o merece más protección que éste, nadie negará, siguiendo el mismo razonamiento, que algunas expresiones artísticas también vulneran la libertad ideológica. La efigie de un rey no es menos aberrante para muchos republicanos que la de Cristo para ciertos ateos.
Propongo, entonces, lo siguiente: que todo símbolo público sea abstracto, ahistórico y no figurativo. Y lo mismo para los discursos institucionales, símbolos al fin y al cabo. Que cada cual vea en ellos lo que desee; que sean todo en todos. Y si a alguien se le ocurre decir que esos símbolos son nada, corra el séquito del emperador desnudo a desmentirlo.
"Begoña Gómez y su errónea línea de defensa"
Hace 1 hora
4 comentarios:
¿Quitamos la fuente de La Cibeles y de Neptuno?, ¿cuándo dejan de ser símbolos religiosos?
Y no es sólo la religión, sino otros filtros que también hoy contemplamos. ¿Cuántos relatos antiguos sobrevivirían a la neutralidad de género? ¿Cuántos, en cambio, deberían ser inapelablemente condenados por "sexistas"? En la Ilíada las únicas mujeres que aparecen son o arpías prostitutas o botines de guerra. En la Odisea Circe convierte a los hombres en cerdos, y Calipso aleja a Ulises de su ideal. Sólo Penélope, fiel y abnegada, merece una mención elogiosa. En el mito de Hércules es Onfalia la que afemina al héroe, semejantemente a lo ocurrido con Sansón y Dalila.
¿Por qué todos estos mensajes morales son ahora intolerables? Porque al tiempo que aprendíamos a difamar la historia hemos desaprendido a aceptar la corrupción innata que opera aquí y ahora. La metafísica de la libertad como fuerza -desgajada de la libertad como idea- hace del pasado un lastre y del presente una nada. Se respeta al individuo, pero el individuo es un conjunto vacío. "Las personas y no las ideas son respetables", dicen. Con ello formulan una idea, a saber, la de un sujeto sin predicados y un hombre sin atributos.
¡Qué problema con disyuntivas exclusivas que se olvidan de todo lo que hay en medio!
Los crucifijos abundan y abundarán en nuestra sociedad por todo el legado cristiano. Está en las pinturas medievales y en los cruceiros gallegos. Ahí son parte del bagaje cultural.
Si quitáramos a la Cibeles de su plaza en Madrid, ningún adorador de la diosa se quejará, pero sí lo harán muchos a los que sólo les importa su valor como monumento y como símbolo de la ciudad.
Si quitamos los crucifijos de las escuelas se quejarán los adoradores de ese dios en particular, nadie más verá el valor simbólico no religioso. Cuando ocurra como con la Cibeles hablaremos de mantener alguno en algún lugar público, sin ser cargantes.
No hay una Cibeles en cada plaza y, desde luego, no preside por necesidad ningún tipo de acto público no religioso.
Que bueno sería releer "la esfera y la cruz" de Chesterton.
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