sábado, 20 de noviembre de 2021


Según Llull, la realidad se divide en tres grados: el positivo, el comparativo y el superlativo. Así, en lo referente a la bondad, existen lo bueno, lo mejor y lo óptimo; en cuanto a la magnitud, lo grande, lo mayor y lo máximo; respecto a la duración, lo eterno, lo eviterno y lo sucesivo, etc. Negar esta distinción tripartita es destruir la estructura racional de la realidad, lo que conduce a la confusión de las causas primarias y secundarias.

Por "grado superlativo" Llull entiende la substancia substancialísima, la naturaleza naturalísima, la simplicidad simplicísima, la eternidad eternísima, la unidad unísima, la operación operalísima, la bondad óptima, el poder potentísimo, el intelecto intelectísimo, la voluntad volísima, la virtud virtuosísima, la verdad verísima, la gloria gloriosísima, la distinción distintísima, la concordancia concordantísima, el principio pricipalísimo y la perfección perfectísima. Por tanto, dicho grado expresa las dignidades de Dios.

El grado superlativo sólo puede existir si tiene un acto propio que genera sus efectos sin cesar, ya que de lo contrario permanecería ocioso y no existiría superlativamente. Luego, si lo superlativo no existiera superlativamente, existiría positiva o comparativamente, intercambiándose las posiciones de los tres grados, lo que es absurdo. En consecuencia, es propio de la unidad unísima el unisimar (unir en grado sumo), así como lo es de la operación operalísima el operalisimar (obrar en grado sumo), de la bondad óptima el optimar (hacer bueno en grado sumo), etc.

El argumento, pues, es el siguiente: puesto que existe un primer grado de realidad, esto es, lo positivo, y la realidad no es igual a sí misma, existe por esta razón un segundo grado de realidad, a saber, lo comparativo; y dado que lo comparativo es asimismo comparable por abajo a lo que le es inferior (lo positivo) y por arriba a su superior (lo superlativo), pues si no lo fuera sería comparativo y positivo al mismo tiempo, o comparativo y superlativo al mismo tiempo, lo que es imposible, síguese que la realidad debe alcanzar el ápice de su perfección, lo cual aboca a afirmar la existencia de Dios como suma perfección perfeccionante.

Así lo expone Llull en la obra llamada Ars mystica theologiae et philosophiae.

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