El valor de una proposición a priori o de una verdad necesaria no depende del tiempo. No crece ni decrece, ni aparece o desaparece. Si su existencia estuviera en función de los sujetos pensantes, la verdad de las proposiciones verdaderas a priori tendría grados como los tiene la consciencia, por lo que algo podría ser más verdad o menos verdad según las facultades cognitivas de quien lo pensara. Pero esto es un absurdo mayúsculo. La verdad no admite un más ni un menos (César cruzó el Rubicón o no lo cruzó; si lo cruzó, no hay nada más verdadero que afirmarlo; si no lo cruzó, no hay nada más verdadero que negarlo), y sólo las verdades contingentes pueden ser o no ser según el devenir ("César vive"). Por el contrario, las verdades necesarias son siempre y nunca dejan de ser, ya sea porque su opuesto es imposible ("César no existió antes que sí mismo"), ya porque agotan las posibilidades lógicas ("César existió o no existió").
En consecuencia, las verdades contingentes están sujetas al devenir, no a los seres pensantes, ni siquiera a los entes mensurables ("No existen entes mensurables" será verdadero si no existen). Mientras que las verdades necesarias sólo están sujetas a la verdad, a la que nada sujeta.
Asimismo, si no se niega el axioma según el cual "Todo lo que puede existir es verdadero" y se considera que indudablemente todo lo que deviene puede existir, debe concederse que el devenir mismo, puesto que es verdadero, forma parte de la verdad eterna e inalterable y está sujeto a ella, en oposición diametral a lo promulgado por el materialismo epistemológico.
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