lunes, 13 de noviembre de 2023

Los que corrompen en la tierra (I)


En Sahih Bukhari y Sahih Muslim, dos de las colecciones de hadices más respetadas en el Islam, se registra que Mahoma dijo durante una contienda: "No matéis a mujeres ni a niños" (Sahih Bukhari 3015, Sahih Muslim 1744). Ésta es una de las directrices más citadas que establece la prohibición del asesinato de mujeres y niños, aunque uno podría maliciarse que el motivo de no incluir a los hombres -aun cuando no combatan- es que eliminarlos resulta menos arduo y arriesgado que esclavizarlos. Los apologistas de la religión consideran de un modo un tanto acrítico que la prohibición de matar a civiles es un precepto intemporal, no un mandato válido sólo en determinado contexto histórico. Pero, como veremos a continuación, en el proteico corpus doctrinal del islam caben excepciones para casi todo, y a menudo éstas son tan amplias o más que las supuestas reglas.

Sahih Muslim 1812b:

"El Mensajero de Alá no solía matar a los niños, así que vosotros no deberías matarlos a menos que pudierais saber lo que Khadir sabía sobre el niño que mató, o pudierais distinguir entre un niño que crecerá para ser un creyente [y un niño que crecerá para ser un no creyente], de modo que mataras al [futuro] no creyente y dejaras al [futuro] creyente a un lado".
La justificación que da Khadir en el Corán para matar a un joven inocente es ésta (Corán 18:80):
"El muchacho tenía padres creyentes y temíamos que les obligara a la rebelión y a la incredulidad".
Luego lo que hizo al joven merecedor de la muerte fue el pronóstico de su rebelión e incredulidad. Y si es lícito matar a alguien por lo que hará previsiblemente en el futuro, lo es "a fortiori" matarlo por lo que con toda certeza hace en el presente. Es falso, pues, que la revelación profética a Khadir sea tan excepcional como algunos pretenden, pues si así fuera estaría de más asumir en la jurisprudencia que se repetirá más adelante ("a menos que pudierais saber lo que Khadir sabía sobre el niño que mató, o pudierais distinguir, etc."). Por consiguiente, asesinar a infieles, aun tratándose de niños, no está fuera del alcance del buen musulmán si puede anticiparse en ellos alguna suerte de transgresión o si la cometen efectivamente.

El Corán también establece (5:32):

"Por esto les decretamos a los hijos de Israel que quien matara a alguien, sin ser a cambio de otro o por haber corrompido en la tierra, sería como haber matado a la humanidad entera".
Este verso permite matar en venganza por otra muerte o por la corrupción de la tierra. Ésta, si bien puede interpretarse como una vulneración del orden natural, es asimilada por el Corán a la mera descreencia (2:6-12):

"Los que se niegan a creer, es igual que les adviertas o que no les adviertas, no creerán. Alá les ha sellado el corazón y el oído y en los ojos tienen un velo. Tendrán un inmenso castigo. Hay hombres que dicen: Creemos en Alá y en el Último Día, pero no son creyentes. Pretenden engañar a Alá y a los que creen, pero sólo se engañan a sí mismos sin darse cuenta. En sus corazones hay una enfermedad que Alá les acrecienta. Tendrán un doloroso castigo por lo que tacharon de mentira. Cuando se les dice: No corrompáis las cosas en la tierra, responden: 'Pero si sólo las hacemos mejores'. ¿Acaso no son los corruptores, aunque no se den cuenta?".
Con mucha más razón, pues, puede matarse a quienes, no satisfechos con mancillar la tierra musulmana con su incredulidad, desposeen a los fieles de ella (2:191):

"Matadlos donde quiera que los encontréis y expulsadlos de donde os hayan expulsado".
La acción de matar y expulsar, que es una orden divina para todo musulmán observante, recae sobre la población del enemigo, no sólo sobre los combatientes, pues la corrupción de la tierra no la causa quien combate contra el islam, sino quien se hace criminal según la Sharía o quien se niega a creer.

La misericordia es sólo para el que se somete (8:70-71):

"¡Profeta! Di a los prisioneros que tengáis en vuestras manos: Si Alá sabe de algún bien en vuestros corazones, os concederá también algún bien de aquello que se os quitó y os perdonará. Alá es Perdonador y Compasivo. Pero si quieren traicionarte...Ya traicionaron antes a Alá y te dio poder sobre ellos. Alá es Conocedor y Sabio".
Así pues, el derecho de vida y muerte que los musulmanes tienen contra el enemigo sólo se debilita si encuentran "algún bien en sus corazones".

Se establece asimismo el deber de que los musulmanes se ayuden entre sí en sus esfuerzos bélicos, salvo cuando medie un pacto con el infiel (8:72):

"Pero si os piden ayuda en defensa de la práctica de Adoración, entonces sí tenéis la obligación de ayudarles, a no ser que sea contra una gente con la que hayáis hecho algún pacto".
En ausencia de pacto, el creyente vuelve a tener un derecho prácticamente omnímodo a combatir al infiel que corrompe la tierra (8:73):

"Los que no creen son amigos aliados unos de otros. Si no lo hacéis habrá conflicto en la tierra y una gran corrupción".
También se dice (16:126):

"Y si castigáis, hacedlo en la misma medida en que fuisteis dañados, pero si tenéis paciencia, esto es mejor para los que la tienen".
Este precepto afianza el talión como medida de la justicia. Es decir, si os han matado, matad; si os han aterrorizado, aterrorizad. Tener paciencia, es decir, renunciar a la venganza, es recomendable pero no obligatorio. Esto confiere a todo musulmán el derecho a dañar a los enemigos de la religión de los que hayan sufrido algún agravio, mientras estos osen defenderse y no se sometan.

La guerra perpetua contra el infiel está preceptuada en múltiples pasajes del Corán. La sura 47, convenientemente titulada Mahoma, ordena aniquilar y secuestrar a los infieles, combatan o no, hasta obtener de ellos la rendición total ("Y cuando tengáis un encuentro con los que se niegan a creer, golpeadlos en la nuca; y una vez los hayáis dejado fuera de combate, apretad las ligaduras y luego, liberadlos con benevolencia o pedid un rescate. Así hasta que la guerra deponga sus cargas"). Promete perdonar crímenes y atropellos a los creyentes que obedezcan esta orden ("Él les ocultará sus malas acciones"), ofreciéndoles asimismo prosperidad en esta vida ("Los guiará y arreglará su estado") y beatitud en la futura ("Y les hará entrar en jardines que les ha dado a conocer"). En cambio, el hado de los incrédulos es la humillación ("los que se niegan a creer tendrán desprecio") y el exterminio ("¿Es que no han ido por la tierra viendo cómo acabaron los que hubo antes que ellos? Alá los exterminó. Los incrédulos tendrán algo similar"). 

Los musulmanes son los señores de la tierra y los herederos del cielo, mientras quienes contradicen su fe suponen un obstáculo al plan de Alá y deben ser eliminados. El contraste entre ambos destinos -prosperidad y muerte, salvación y exterminio- es tan agudo que proceden en direcciones opuestas: cuanto más hostiga el creyente al infiel, más cerca está de ser feliz y salvo; pero cuanto más medra el infiel y menos se le combate, más se invalidan las promesas divinas a los musulmanes, al haber incumplido éstos su parte del pacto.

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