martes, 9 de diciembre de 2008

El oráculo interior




Las palabras afloran, afloran las imágenes. ¿Qué las une? En la vigilia, la costumbre, las pautas adquiridas por imitación y las reglas gramaticales con las que aprendemos nuestro idioma. Cuando la memoria es requerida por la voluntad, la mente enfrenta a la vida, que le sale al paso.

Pero el sueño no es la vida. La supresión de todas las interacciones reales convierte la existencia en un temporal solipsismo, en un mundo de creación propia hecho de memoria. La jurisdicción de la voluntad termina allí donde sólo se ve a sí misma reflejada. Cede al deseo indistinto, a la posesión, a la caída sin término. Por ello el fin del sueño no se sigue de su propia lógica: depende de que la voluntad vuelva a reclamar su derecho.

¿Qué une a las imágenes, a las palabras? En el sueño, la búsqueda inconsciente del sentido. No es la intención, desheredada de su objeto, lo real. No es la fantasía persiguiéndose, pues la memoria carece de tendencia, aversión o simpatía. Es lo esencial en el hombre y lo invisible en el cosmos.

No hay comentarios: