domingo, 17 de mayo de 2009

Redenciones laicas


El progresismo entiende el avance de la moral como un aumento indefinido de la libertad, la igualdad y -dejemos la fraternidad a un lado, ya que nadie parece reclamarla- la comodidad. Por ello la idea del mal y su persistencia le resultan tan molestas. De ahí sus constantes esfuerzos racionalizadores a través de la sociología y la psicología evolutiva, cuyo cometido principal es disgregar aquélla en una multiplicidad de conceptos secundarios y subproductos históricos. Sin embargo, una noción innata de pecado, más o menos estática, previa a cualquier consenso cultural y empeño civilizador o represivo, niega en primer lugar que seamos igualables, puesto que la educación ha de reconocer sus límites; en segundo lugar, refuta que la libertad individual sea un bien en sí, con independencia de los fines metafísicos que se pretendan con ella; por último, cuestiona que el placer -el perfecto analgésico- constituya la medida de toda dicha, y el dolor la de toda desgracia.

Observemos la variedad de soluciones que el Estado ha ofrecido ante la existencia de sujetos criminales. Se reducen a dos: ejecución y privación de libertad. Ahora bien, mientras que aquélla es vista como una purga del cuerpo social, esto es, como un retorno al statu quo de sus miembros, ésta se contempla modernamente como la purificación del condenado y, por tanto, como una mejora de la generalidad. En otras palabras, el ideal de reforma antropológica prevalece frente al de orden político. Y algo es reformable sin demolición cuando sus cimientos son o se presuponen sólidos. La opción progresista no cuestiona la consciencia en sí, sino la estructura que la conduce a un estado de falsedad; es decir, el uso instrumental de la misma, que se tiene por desviado. De modo que no hay, según esta doctrina, intenciones intrínsecamente perversas en las personas sanas, mas sólo entornos inadecuados o incívicos, siendo esta inadecuación e incivismo variables cambiantes y dinámicas. Será legítimo decir que el capitalismo está enfermo, pero no que el hombre está enfermo. Se impondrá -así lo exige la ideología- el uso metafórico del lenguaje sobre su uso empírico.

Así, probando al inadaptado a través de su sufrimiento, de la alienación y suspensión de sus facultades autónomas, excepto la consciencia (por lo que se excluyen la religión y el conductismo), el poder público pretende no tanto satisfacer la justicia como promover la redención. Con todo, tal Auto de fe iuspositivista ignora el inicio de dicho proceso transformador, que no puede ser el asentimiento al decreto formal de una autoridad; y desconoce igualmente que no bastan el dolor ni la razón para disuadirnos de hacer el mal. Se sitúa, pues, el origen de la maldad en la degeneración de las pasiones y en una suerte de voluptuosidad, lo que es hasta cierto punto correcto. Pero, en tanto que se entiende que la causa del extravío es externa, se fija su término en un momento arbitrario, que coincide con el cumplimiento de la pena establecida según las circunstancias del delito. Luego, en suma, cuanto más se procura ennoblecer al hombre desde premisas neutras, más se lo embrutece entre los bastidores de un perdón y un arrepentimiento ficticios.

1 comentario:

Ignacio dijo...

De antología:

cuanto más se procura ennoblecer al hombre desde premisas neutras, más se lo embrutece entre los bastidores de un perdón y un arrepentimiento ficticios.

Pon esta frase a buen recaudo.