viernes, 28 de agosto de 2009

Fundación


Es preciso que el hombre se dote de un remedo de demiurgo para devenir hombre. La sociedad es un conjunto de individuos que originariamente se reúne en torno a algo, sea un tótem o una hoguera. Hay en el hecho mismo de la reunión un elemento de suprapersonalidad implícito, se reconozca o no. No es concebible que la legitimación del poder político provenga de un poder menor, de un poder apolítico e inorgánico, así como la causa jamás es inferior al efecto que produce. Son zarandajas democráticas y narcisistas las que nos inclinan a creer lo contrario.

La propia noción de individuo libre e igual es abstracta, creada por una entidad institucional, mientras que el hombre natural se identifica por sus atributos efectivos: estirpe, lugar de nacimiento, ámbito de acción, etc. La libertad y la igualdad son potencias que se plasmarán según el poder disponga. Un hombre solo, fuera del recinto social, no es más que un bruto; y lo mismo vale para miles o millones de ellos, mera manada si no se organizan y someten en función de una idea que los supere.

Fundamentar el poder en la libertad (Rousseau) es contradictorio, ya que el primero es negación o límite de la segunda; fundarlo en la autoridad legitimada o en la norma suprema (Kelsen) es tautológico, dado que es el poder mismo quien, materializándose en ellos, los legitima; debe fundarse en la sumisión a la razón y a la verdad admitidas por todos los hombres de recto juicio.

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