sábado, 10 de septiembre de 2022


La substancia no tiene partes.

Nada puede agregarse o sustraerse a lo que, siendo simple, carece de partes por completo.

Las afecciones del cuerpo, al ser movimientos, conllevan una alteración de las partes, esto es, un agregar o sustraer algo a las mismas.

Así como el movimiento es continuo, sin ruptura en la sucesión de causas y efectos, por este motivo las afecciones del cuerpo son afecciones por otras afecciones (sus causas) y afecciones de otras afecciones (sus efectos).

Sin embargo, los juicios del alma son discretos, de manera que no son juicios por otros juicios ni juicios de otros juicios. Es decir, no son causas ni efectos de otros juicios, toda vez que pueden comprenderse adecuadamente por sí solos y poseen pleno significado al margen de las circunstancias que han propiciado su ocurrencia.

Ahora bien, si los juicios no son causados por otros juicios ni, por lo demás, su comprensión depende de las circunstancias en base a las cuales se originan, se sigue que los juicios tienen una realidad substancial, esto es, simple.

Si nada causa a los juicios, los juicios son siempre. Mas, dado que no hay juicio sin enjuiciamiento ni enjuiciamiento sin sujeto que enjuicia, debe darse el sujeto en el que tiene lugar el juicio, que es el alma. Por consiguiente, los juicios están siempre en el alma, no siendo posible implantarlos ni extirparlos.

En la substancia el llegar a ser es un venir a la apariencia de lo que ya existe de un modo no aparente. En el mismo sentido, el advenimiento de un juicio al alma es el venir a la apariencia del juicio que preexistía en ella, a lo que nos referimos como rememoración. Luego todo conocer es rememorar.

El alma capaz de tener juicios posee por ello una naturaleza simple, sin partes, y como tal no corruptible, ya que no puede disgregarse en nada ni agregarse a nada. Luego el alma de los racionales es inmortal.

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