domingo, 7 de mayo de 2023


La verdad o lo verdadero puede definirse de tres modos. De un modo, según aquello que precede a la razón de la verdad. En ello se funda lo verdadero. Así lo define Agustín en el libro de los Soliloquios: 'Lo verdadero es lo que es'. Y Avicena, en su Metafísica: 'La verdad de cada cosa es la propiedad de su ser que se le ha asignado'. Y otros lo definen así: 'Lo verdadero es la indivisión del existir y de lo que es'. Defínese, de otro modo, según aquello en lo que consiste formalmente la razón de lo verdadero. Dice, así, Isaac que la verdad es la adecuación de la cosa y del entendimiento. Y Anselmo, en el libro De veritate: 'La verdad es la sola rectitud perceptible por la mente' (esta rectitud expresa cierta adecuación). El Filósofo, por su parte, dice, Metafísica IV, que los que definimos lo verdadero decimos que es 'cuando se dice que es lo que es y no es lo que no es'. Un tercer modo de definición de lo verdadero es por el efecto seguido. Y así dice Hilario: 'Lo verdadero es lo declarativo y manifestativo del ser'.

Santo Tomás, aunque admite que la verdad puede entenderse de tres modos, en la exposición de dichos modos muestra su preferencia por el segundo de ellos. Pues dice que, según el primer modo, la verdad como identidad del ser consigo mismo (esto es, la verdad como no contradicción) es aquello que precede a la razón de la verdad. Dice también que, según el tercer modo, la verdad como aquello declarativo del ser sucede a la razón de la verdad. Sin embargo, sostiene al explicar el segundo modo que la razón de la verdad no es otra que la adecuación de la cosa y del entendimiento.

Por "razón de la verdad" Santo Tomás entiende el conocimiento del ser. Ahora bien, si algo precede a "la razón de la verdad" y guarda relación con ella, de manera que sin aquello no se da ésta, debe concluirse que mantienen una relación causal. Si esto es así, habida cuenta que la causa es superior al efecto, nos veremos obligados a afirmar que lo que precede a "la razón de la verdad" como identidad del ser consigo mismo es superior a "la razón de la verdad", esto es, a la adecuación de la cosa y del entendimiento. Esta superioridad hace que, en contra del criterio de Santo Tomás, deba preferirse el primer modo de enunciar la verdad, al ser más general que el segundo.

En el artículo siguiente el Aquinate justifica su elección con la autoridad de Aristóteles. Esgrime que "no es correcto que cuando algo se predica de muchas cosas en mayor o menor grado, la denominación primera se aplique a lo que es causa de los demás, sino más bien a aquello que cumple formalmente la realidad común completa". Añadiendo a corte de ejemplo que "lo sano se dice, primero, del animal en el que se da formalmente la razón perfecta de la salud, aunque también se llame sana la medicina en cuanto causante de la salud". Y concluyendo que es necesario que lo verdadero "se diga con prioridad de aquello en lo que se da completa la razón de verdad", puesto que "la plenitud de todo movimiento u operación corresponde al término, y el movimiento de la potencia cognoscitiva se termina en el alma, en razón de que lo conocido debe amoldarse a la condición del cognoscente". Se aprecia aquí una suerte de razonamiento circular, toda vez que Santo Tomás asume que la verdad es movimiento u operación en lugar de substancia, y cosa en mí en lugar de cosa en sí. Asimismo, aunque el fin sea lo que mueve a la causa eficiente a obrar, es absurdo afirmar que lo que mueve a la verdad a ser verdadera es el poder ser inteligida. Por lo que ha de decirse que la verdad tiene el fin en sí misma, no en el sujeto que la conoce.

El gran filósofo escolástico era consciente de estar apartándose de los neoplatónicos San Agustín y Avicena, que postularon que la verdad está en la esencia de las cosas antes que en la adecuación de éstas y el entendimiento. Para salvar esta brecha recurrió al entendimiento divino, medidor de todas las cosas, y extendió su conclusión por analogía al entendimiento humano. Pero esto es una falacia, ya que Dios, además de entendimiento, es él mismo la verdad absoluta (por tanto, no "adecuado" a nada), y como tal necesario, a diferencia del hombre, que es contingente. El empeño por mantener la tesis aristotélica hizo que Santo Tomás retorciera la razón para poner el carro antes que los bueyes.

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