sábado, 16 de diciembre de 2023


Escribe Algazel:

La segunda clase es un grupo de personas que se desvían de creer en la verdad, como los infieles y los herejes. El látigo y la espada son los únicos medios útiles para tratar con aquellos de ellos que son duros y toscos, de mente débil, rígidos en seguir una tradición y criados en la falsedad desde la infancia hasta la madurez. La mayoría de los infieles se convirtieron al islam a la sombra de las espadas, pues Dios hace por medio de la espada y la lanza lo que no hace por medio de la demostración. Es por eso que, si examinas las historias, no hallarás una batalla entre los musulmanes y los infieles que no haya resultado en un grupo de seguidores del error inclinándose hacia la sumisión, y no hallarás una sesión de debate y argumentación que no haya resultado en más insistencia y obstinación.
 
No pienses que lo que acabamos de mencionar menosprecia el estatus de la inteligencia y sus demostraciones; pero la luz de la inteligencia es una gracia con la que Dios distingue a pocos entre sus devotos siervos. Lo que caracteriza en su mayor parte a la humanidad es la insuficiencia y la ignorancia. Debido a su insuficiencia no comprenden las demostraciones del intelecto, así como los ojos de los murciélagos no perciben la luz del sol. Las ciencias les perjudican como la brisa floral al escarabajo del estiércol. Al-Shafii (que Dios tenga misericordia de él) dijo sobre tales personas:

Aquel que da conocimiento al ignorante lo derrocha
Y aquel que lo retiene respecto a aquellos que lo merecen obra injustamente.


Leemos en el Corán (9:5): 

“Y cuando hayan pasado los meses inviolables, matad a los asociadores dondequiera que los halléis. Capturadlos, sitiadlos y tendedles toda clase de emboscadas. Pero si se retractan, establecen la oración y entregan el azaque, dejad que sigan su camino. Verdaderamente Alá es Perdonador y Compasivo”.


Leemos en Mateo 10:11-15: 

“En cualquier ciudad o aldea en que entréis, informaos de quién hay en ella digno, y quedaos allí hasta que partáis, y entrando en la casa saludadla. Si la casa fuere digna, venga sobre ella vuestra paz; si no lo fuere, vuestra paz vuelva a vosotros. Si no os reciben o no escuchan vuestras palabras, saliendo de aquella casa o de aquella ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies. En verdad os digo que más tolerable suerte tendrán la tierra de Sodoma y Gomorra en el día del juicio que aquella ciudad”.

 

Asimismo, escribe San Bernardo de Claraval:

Ocultaron miserable y tenazmente la impiedad, pero atribuyéndose abiertamente la piedad proclamaron que estaban dispuestos a morir por ella; mientras los presentes no estaban menos decididos a darles muerte. Y así el pueblo se lanzó sobre ellos dándoles ocasión a los herejes para ser mártires de su propia perfidia. Aprobamos este celo, pero no aconsejamos este proceder, porque la fe no se impone, se propone. Aunque es mucho mejor sin duda que sean castigados por la espada de aquel que la lleva a cuestas no sin motivo, antes de permitirles que engañen a muchos con su error. Porque es el ministro de Dios, ejecutor de su reprobación contra el delincuente.

En el cristianismo la regla es proponer la fe y la excepción imponerla ("Quia fides suadenda est, non imponenda"). Se propone a todo aquel que está dotado de razón, y se impone sólo en casos extremos, cuando la herejía amenaza con acabar con la religión. Por este motivo la Iglesia empleó las armas excepcionalmente contra el cátaro.

En el islam la regla es imponer la fe y la excepción proponerla ("La mayoría de los infieles se convirtieron al islam a la sombra de las espadas, pues Dios hace por medio de la espada y la lanza lo que no hace por medio de la demostración"). Se impone al común de la humanidad, demasiado embrutecida para dejarse conducir por la persuasión, y se propone sólo a los hombres perspicaces, que son los menos, a fin de disipar toda duda en sus corazones y afianzar en ellos la verdad.

El cristianismo en Europa, el norte de África y Asia Menor se difundió por la predicación y el ejemplo evangélico, no por la espada. A pesar de ser la religión del Imperio desde el siglo IV, éste nunca intentó imponerla fuera de sus fronteras. El islam no puede decir lo mismo, pues todos sus avances desde Arabia hasta España se debieron a guerras de conquista, y su propio fundador fue un líder militar que prescribió la lucha contra el infiel como el modo más seguro y excelso de obtener la salvación.

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