lunes, 19 de mayo de 2008

Recuento


Me estrené en el mundo de los blogs, tan patético como adictivo, hace aproximadamente tres años, cansado de que los guardianes de las esencias me regateasen el derecho de réplica. Si no hubieran intentado silenciarme con la contumacia que señala a los mentirosos, me habría dado por satisfecho con esos pequeños desahogos en territorio ajeno. Pero por fortuna no fue así.

A mediados de 2006, tras casi un año de experiencia condensada en un ambicioso y fallido blog sobre derecho natural, inicié una nueva singladura con dos modestas bitácoras panfletarias dedicadas respectivamente a impugnar la ideología de género, que niega el albedrío so capa de exaltar la libertad, y a poner en su sitio al anarquismo intelectual implícito en la relativización del copyright, que atenta contra el genio con la coartada de difundir la cultura; o lo que es lo mismo, consagradas a la ingrata y quizá perogrullesca tarea de probar que la enfermedad y la mediocridad existen objetivamente. Con todo, no hay que engañarse: la repercusión que ambas tuvieron fue nula.

Me animé entonces -o, para ser exactos, me animaron- a emprender otro proyecto de mayor calado filosófico que refutase, en breve, la posibilidad del mejoramiento antropológico por vías naturales, que defienden al unísono el conglomerado del progresismo y el evolucionismo, y avalara por otro lado una esperanza de reforma que excede las fuerzas humanas, sin despreciarlas, centrada en el individuo y en las recompensas ultraterrenas. Agustín y Leibniz se prestaron a ser mis patrones.

Volví, pues, a la vieja patria del ensayo teísta, no ya frente a un genérico ateísmo académico o esnob, sino tomando consciencia gradual de sus traducciones metafísicas de soslayo, que van más lejos de lo que comunmente se cree (emergentismo, fatalismo, igualitarismo, etc.), hasta el extremo incluso de contradecirse entre ellas.

¿Y a qué explicar todo esto? A veces viene bien algo de autocrónica.

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