El que se esfuerza, por el solo afecto, en que los demás amen lo que él ama y que los demás vivan según su propia índole, obra por el solo impulso, y por esto es odioso, sobre todo aquellos a quienes agradan otras cosas, y que por esto también se empeñan y se esfuerzan, por el mismo impulso, en que los demás vivan, contrariamente, según su propia índole. Además, puesto que el sumo bien que los hombres apetecen en virtud del afecto es a menudode tal naturaleza que solamente uno puede ser poseedor de él, sucede así que los que aman no son consecuentes consigo mismos, y mientras se gozan en narrar los méritos de la cosa que aman, temen que se les crea. Por el contrario, el que se esfuerza en guiar a los demás según la razón, no obra por impulso, sino humana y benignamente y es en grado máximo consecuente consigo mismo. Además, todo aquello que deseamos y hacemos y de lo que somos causa en cuanto tenemos idea de Dios o en cuanto conocemos a Dios, lo refiero a la religión. Pero al deseo de hacer bien que nace del hecho de vivir según la guía de la razón, lo llamo moralidad. Además, al deseo por el que el hombre que vive según la guía de la razón se siente obligado a los demás hombres por amistad, lo llamo honestidad, y honesto lo que alaban los hombres que viven según la guía de la razón; y deshonesto, por el contrario, lo que se opone a conciliar la amistad. Aparte de esto, también he mostrado cuáles son los fundamentos del Estado. Además, por lo dicho más arriba, se percibe fácilmente la diferencia entre la verdadera virtud y la impotencia; a saber: la verdadera virtud no es nada más que vivir según la sola guía de la razón; y, por tanto, la impotencia consiste en sólo esto, en que el hombre se deja conducir por las cosas que están fuera de él y determinar por ellas a obrar lo que exige la constitución común de las cosas externas, pero no su propia naturaleza considerada sola en sí. Y esto es lo que había prometido demostrar en el Escolio de la Proposición 18 de esta parte; por lo cual es evidente que esa ley que prohibe sacrificar animales se funda más bien en una vana superstición y en una misericordia mujeril, antes que en la sana razón. La norma de buscar lo que nos es útil nos enseña, por cierto, la necesidad de unirnos a los hombres, mas no a las bestias o a las cosas cuya naturaleza es diferente de la naturaleza humana; pero el mismo derecho que tienen ellas sobre nosotros, tenemos nosotros sobre ellas. Más aún, puesto que el derecho de cada cual se define por su virtud o potencia, los hombres tienen muchísimo más derecho sobre los animales que éstos sobre los hombres; no niego, sin embargo, que los animales sientan; pero niego que por esto no nos sea permitido mirar por nuestra utilidad, usar de ellos como nos plazca y tratarlos según mejor nos convenga, puesto que no concuerdan en naturaleza con nosotros y sus afectos difieren en naturaleza de los afectos humanos.
Spinoza. Ética, Proposición XXXVII, Escolio I.