viernes, 18 de agosto de 2023


Proclo sostiene la tesis de la eternidad del mundo valiéndose, entre otros, de este razonamiento:

A causas iguales, efectos iguales. Dios, siendo causa del mundo, es siempre igual a sí mismo. Por tanto, crea siempre el mundo y éste es eterno.

El argumento confunde la igualdad substancial de Dios con una supuesta igualdad operacional. El obrar de Dios en la eternidad es su obrar necesario o "ad intra", derivado de su propia esencia. El obrar de Dios en el tiempo es su obrar contingente o "ad extra", derivado de su voluntad y entendimiento. Así, aunque fuera posible un pasado infinito en acto (y no lo es), Dios podría elegir crear en el tiempo sin mudar por ello su substancia.

Estas sutilezas escaparon al islam, que niega a la acción "ad intra" de Dios (la Trinidad) sin reparar en que, si Dios sólo obra "ad extra", debe obrar del mismo modo y por pura necesidad, sujeto al hado como un leño o una roca. Pues de lo contrario obraría siempre contingentemente, según el mundo, y nunca según su substancia, por lo que Dios sería activo en el tiempo y ocioso en la eternidad.

En el cristianismo Dios es superior al hado pero no a su propia substancia. En el islam Dios carece de substancia (ya que lo que no obra no existe y nada es) y resulta indistinguible del hado o del azar.

No se trata, entonces, de que el dios del islam esté sujeto al hado o al azar, sino que él mismo es el hado o el azar. Es decir, o tiene substancia y, pudiendo obrar sólo "ad extra", actúa absolutamente determinado por su substancia, sin libertad y al unísono con el devenir necesario; o no tiene substancia y, pudiendo obrar sólo "ad extra", obra de un modo absolutamente irrestricto, ya que al ser insubstancial y superior a toda determinación o fin no puede deslindarse del devenir azaroso.

Esta dicotomía resulta inevitable si se elimina la distinción entre lo "ad intra" y lo "ad extra". Si todo obrar divino es "ad extra", o bien procede siempre de su substancia, que es la verdad inmutable de su esencia, donde no hay lugar para la libertad, o bien procede siempre de su voluntad libre sin sujeción a la verdad o al orden de las ideas, toda vez que, cifrándose su esencia en su obrar en el mundo en flujo y no en su sabiduría, que es reflejo de su ser eterno, no hay más verdad ni más orden que lo que su voluntad decide. Quien fingiera que Dios, obrando siempre "ad extra", obra a veces según su substancia y a veces según su voluntad, conculcaría el axioma que establece que a causas iguales deben darse invariablemente efectos iguales.


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