Se ha dicho entre sus acomplejados partidarios que la aplicación de la pena capital debe ser humana, como si el hombre mismo no pendiese de su capacidad de enfrentarse al mal. Y el mal por definición no es humano, aunque esté en el hombre. Luego debe ser tratado por humanos, pero no humanamente.
Estar radicalmente en contra de la pena de muerte por asesinato es paradójico. Significa sostener por un lado que la vida no tiene precio, y por el otro que quitarla sale en parte gratis. Esto sólo admite una retorsión, y es igualar a la víctima y al asesino en la noción difusa de humanidad. Pero ¿qué es un hombre? Respuesta: lo más útil para el hombre. Cuando deja de serlo y se brutaliza, debe correr el destino común de los animales inservibles para mejores menesteres, a saber, el desuello.
No hablaré de la criminalidad en términos genéricos, porque admito la gradación y el perdón. Pero todo pensamiento científico debe contemplar límites. El límite de la caridad es la justicia, y sin ella lo humano es sólo un espectro.
En otras palabras: el único pago de la deuda infinita de un asesinato es la conversión al bien del deudor, entendido aquí como bien social. El reo debe ofrecer su vida voluntariamente a la sociedad para que ésta se la perdone y le devuelva su condición de hombre. Haciéndolo, fuerza a la sociedad justa a obrar de esta manera. En caso contrario, ella está obligada a forzarlo a morir si quiere que su humanidad colectiva signifique algo. Algo más allá de la mera asociación de delincuentes.
jueves, 1 de febrero de 2007
La pena de muerte como garante de lo humano
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