¿Por qué Dios no creó, sin transición, un mundo de bienaventuranza eterna? Mi mujer me hace esta pregunta, tantas veces repetida en sordina para sus adentros. La respuesta es dramáticamente leibniziana: la virtud no puede brillar sin riesgo; sin verdaderos antagonistas, la justicia no es más que burocracia del orden. Y lo más importante: una felicidad carente de esperanza es tan frágil como una flor de escarcha. La justicia a la medida humana es la nada.
miércoles, 21 de febrero de 2007
Reflexiones sobre la Providencia-II
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