lunes, 1 de enero de 2007

La Arcadia y nosotros


Forma parte de los dichos populares el que un ángel guía nuestras decisiones en los momentos cruciales. La inferencia resulta más esclarecida de lo que parece. La ayuda sobrenatural es la única explicación de cómo se puede ser más inteligente que uno mismo. Para los griegos eran las Musas. ¿Qué sucede? Que los griegos son "poéticos" y "esclarecidos", pero los cristianos "fanáticos" y "oscurantistas". Yo digo que los mejores elementos de ambos grupos creían más o menos lo mismo: en la verdad inmutable y accesible al hombre, en la justicia universal, en el libre albedrío. Un Platón, un Sófocles o un Virgilio no se diferencian mucho de un Leibniz, un Pico o un Francisco de Asís. Ahora bien, en los musulmanes -que no otorgan fe a nada de eso- la inspiración fue dada de una vez y no vuelve. Los cristianos tenemos al Espíritu Santo.

Para los cristianos Jesús es el Logos encarnado, es decir, la Razón universal hecha hombre concreto. La razón habla a todos los racionales, pero no todos la entienden con propiedad. Así, Jesús se dirigió a discípulos, seguidores y fariseos según éstos estaban dispuestos a escucharle: mostrando íntimamente sus prodigios y anunciando su pasión a los primeros (aunque tampoco entendiesen su sentido por completo), desgajando la doctrina tradicional con los segundos, y respondiendo seca y oscuramente a las preguntas maliciosas de los terceros, a quienes censuraba y hostigaba. Tras su muerte, cuando pasó de Verbo encarnado a Verbo interior y cabeza invisible de la Iglesia, reservó las comunicaciones de primer nivel a los santos, las de segundo nivel a los auténticos creyentes, y las de tercer nivel -que son más bien brumas y filo mortal de la espada de salvación- a los ateos e hipócritas.

Los sabios paganos jamás fueron profetas en su tierra. Jenófanes se burlaba de las deidades hechas a imagen y semejanza de sus adoradores. Sócrates, precursor del monoteísmo, fue ejecutado por impiedad en Atenas. Epicuro despreció a "los dioses del vulgo". Hay muchos más: Heráclito, Demócrito, Empédocles, Anaxágoras... Por no decir que son la inmensa mayoría quienes -abierta o soterradamente- cuestionaron y hasta ridiculizaron las creencias idólatras.

Por aquel entonces, al estar la religión popular en manos de poetas y no de filósofos, las controversias teológicas no salían nunca de los cenáculos intelectuales. No se convertían en política, por lo que tampoco redundaban, es cierto, en monstruosidades como las guerras de religión. Sin embargo, esa ausencia de calado público de la metafísica servía al mismo tiempo para legitimar a monstruos en el poder, dejando el camino libre a la tiránica persuasión que Platón odió en los sofistas.

Así que no se piense que con ello hago un elogio de la laxitud pagana y de su supuesta candidez en este campo. Si esa multitud de pueblos uncidos a una lira se vio atrapada en el pesimismo, que supone la negación de toda inocencia, es porque fue demasiado ligera calibrando lo supremo.

Análogamente, el derrotismo moral de nuestra generación es un resultado del relativismo intelectual de la anterior. Eso no nos libra de ningún peligro, sino que nos somete a él con carácter todavía más inexorable.

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