miércoles, 3 de enero de 2007

Valor


Pondré un caso límite en mi contra y que, no obstante, también me da la razón. Imagina a un Robinsón paralítico con su Viernes sirviéndole. Vamos a suponer que Viernes se alimenta de la fruta esparcida por la isla, por lo que el coste de reproducción de su trabajo es cero. Ahora bien, al ser el trabajo de Viernes el único modo que tiene Robinsón de sobrevivir, el valor de dicho trabajo, así como su precio (por la tercera ley), es infinito. Pero Robinsón no va a pagar un precio infinito, sino todo lo que un indigente como él pueda. Cuando tenga más, pagará más. A esto me refería con "el límite real", que no afecta a la función de valor ni a la del precio. Si hubiera mil Viernes en lugar de uno, Robinsón seguiría estando interesado en pagar a cualquiera de ellos el máximo según sus posibilidades, anticipándose a que otro Viernes más rico que él robinsoneara y lo dejase desvalido.

Mientras no proceda observar la tercera ley, han de regir la primera y la segunda para las actuaciones respectivas de empresario y consumidor: el uno pagará según lo que le cuesta producir (a fin de no pagar demasiado ni demasiado poco) y el otro según lo que le gusta adquirir. Si los valores son disímiles en contra del interés del empresario y su producto no se valora como él esperaba, la única opción no es bajar el precio, puesto que también queda la de agregar valor.

Sé perfectamente que el precio en las economías liberales lo fija "el mercado", ese conglomerado nebuloso que combina estrategia empresarial e irracionalidad de masas. Lo que no concedo es que aquello que el mercado decide (y que yo decido, pensando sólo en mí y en base a un número finito de alternativas) sea lo justo, que es lo que el liberal cree o quiere pasar por bueno.

Es, junto con la especulación, la escasez de originales de un cuadro de Van Gogh la que hace que valor y precio se toquen. Si te gusta esa obra, sólo hay un modo de contemplarla en todo su esplendor: tenerla. "A sensu contrario" diríamos que la exigüidad asocia valor y precio, al tiempo que la abundancia los disocia. A veces he pensado que si la única forma de leer un gran libro fuera adquirirlo a precio de oro, embargando casa y sueldo, yo lo haría, y quizá unos cuantos más como yo. En fin, e insisto, la apoteosis subjetiva (alias locura) de la fijación del valor/precio sólo sirve en casos de carestía extrema del bien deseado, ya sea ésta real o imaginaria. Mientras que, en todos los demás supuestos, cualquier maravilla es reproducible, masificable, devaluable. El doble filo de la publicidad: Warhol.

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