lunes, 1 de enero de 2007

Aquilatando la regla de oro


La regla de oro ("hacer a los demás tan felices como uno mismo desea serlo, y no causarles nunca un mal que no quisiéramos recibir") es sólo válida como regla de ecuanimidad o equidad, no como regla de justicia. Veamos un supuesto que muestre su insuficiencia.

Como me desagrada que me interrumpan mientras violo a mi vecina, aplicando la áurea regla, no instaré a que detengan a ningún violador. Ahora bien, podría replicarse que no considero los deseos de la víctima violada. Pregunto de vuelta: ¿Por qué su libertad sexual, su facultad de elegir pareja, es más respetable que la mía para tener coito con quien me venga en gana? Si yo me he de poner en su lugar, según la regla de oro, y no importunarla, ¿por qué no se coloca ella en el mío y se deja importunar? ¿O acaso a ella, si decidiera violar a alguien, le gustaría que se lo impidiesen para ingresar luego en prisión?

Es decir, yo puedo no respetar la regla de oro e intentar violarte. Y tú, si la respetas, deberás dejarte violar. Salvo que establezcamos antes que violar es malo. De no ser así, la regla de oro que se propone caería bajo esta fórmula: "No hagas a nadie lo que no quieras para ti, salvo que alguien te haga lo que no quiera para él". Eso es tanto como afirmar que si me ofendes, puedo aplicar el talión y hasta venganzas más severas. No se ve el progreso, pues, de la regla de oro respecto al estado salvaje. Ya que si sólo sirve entre las personas que ya la aceptan, presupone una suerte de perfección moral en ellas que la haría inútil.

Podríamos corregir la regla y formularla como sigue: "No hagas a los demás lo que no quieran que les hagas". O, en otras palabras: "Lo bueno y lo malo dependen de lo que cada uno quiere, si se pone de acuerdo con los demás". Pero como el acuerdo de todos con todos es imposible (siempre habrá discrepantes), la virtud, en lugar de hacernos mejores, es la más ardiente valedora de nuestros vicios grupales. Mill habla de "el mayor bien para el mayor número"; mas al no concretar qué es el bien, fuera de lo que uno desea, razona en círculo.

A fortiori": no siempre es posible preguntar el parecer del otro. Imagina, por ejemplo, que quiero crear una ley al respecto que afecte a una población enorme y muy variada.

Y no termina aquí. Hay comportamientos complejos, como los masoquistas, que asocian el dolor al placer y la negación de la voluntad a su afirmación. ¿Podré golpear a los demás si a mí no me importa ser golpeado?

La regla de oro sin ningún apoyo extrínseco es también hipócrita y paralizante. Sabemos que cada una de nuestras acciones perjudicará a alguien directa o indirectamente. Da igual que no sea ésa nuestra intención, mientras asumamos y toleremos el perjuicio ajeno en beneficio nuestro. Eso sucede siempre, dado que no hay actos que irradien un bien puro. De modo que, si quiero conseguir un trabajo, sé que sólo podré lograrlo quitándoselo a otro candidato.

Por otro lado, en su vertiente positiva, la regla de oro resulta insoportablemente maximalista. A mí me encanta viajar, y haré todo lo posible para poder lograrlo cada año. ¿Debo extender mi preocupación a que el resto de la humanidad lo logre? ¿Y en caso de conflicto entre la humanidad y yo, por quién me decanto?

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que planteamientos como este son los únicos que importunan la ley y no los verdaderos casos de asesinatos y violaciones que pueden obtener un atenuante en... por ejemplo en la locura o lo que sea.

"¿Por qué su libertad sexual, su facultad de elegir pareja, es más respetable que la mía para tener coito con quien me venga en gana?"
Esta mal planteado... No es comparar casos si no simplemente NO llegar a hacer nada que fastidie al otro. El planteamiento:

Quiero violar a mi vecina. Pero ella no quiere ser violada (eso lo sabes)
Por lo tanto si lo hago la haré mucho daño.
Conclusión: NO lo hago puesto que a ella le haría daño.
Esto es un dialogo para si mismo, sin mas reflexiones sobre lo que debieran hacer los demás.

¿Ves que facil?

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Has llegado a esta conclusión recurriendo a la justicia (el principio de no dañar a nadie), no a la mera proporcionalidad. Éste es el punto de mi escrito, que no ha de interpretarse como una apología relativista.

Es incorrecto argumentar así:

No quiero ser perjudicado.
Por tanto, no perjudicaré a nadie.


Y lo es porque de un acto de voluntad no puede seguirse el límite a la voluntad que todo deber implica. Lo correcto es apelar a valores objetivos:

No tengo derecho a perjudicar ilegítimamente a nadie.
Por tanto, no perjudicaré a nadie
.

La legitimidad del perjuicio ajeno no se sigue de la valoración que me merezcan mis propios perjuicios, sino del grado en que un tercero superior (el Estado) los tolere en vistas a la consecución de un fin común (la óptima conservación de la sociedad).

Anónimo dijo...

Pero creo que eso son fuegos artificiales compañero... retórica pura.
Tanto tu manera de decirlo como la otra, son iguales, mientras no violes a tu vecina!
Por favor ¡No lo hagas!

jejejej

Saludos.

Anónimo dijo...

y por cierto blog muy interesante!

Jesús Herrera dijo...

Por eso es que Cristo revocó la regla de oro, extrayéndola del relativismo y anclándola en un hecho absoluto:
"Amaos los unos a los otros, tanto como yo os he amado"