jueves, 5 de marzo de 2009

El tiro errado


Se nos presentó al salvaje lleno de temor ante los fenómenos de la naturaleza a menudo maléficos, y que convertía en dioses, sin el menor temor, las piedras, los troncos de los árboles, la piel de los animales salvajes, en una palabra, cuantos objetos se presentaban ante sus ojos. Se concluyó de ello que el temor era la única fuente de la religión. Pero, al razonar así, se dejaba de lado la cuestión fundamental. No se explicaba de dónde procedía este temor del hombre a la idea de poderes ocultos que actúan sobre él. No se explicaba la necesidad que el hombre tiene de descubrir y adorar a estos poderes ocultos.

Cuanto más se acerca uno a los sistemas contrarios a cualquier idea religiosa, más difícil de explicar se hace esta disposición. Si el hombre no difiere de los animales más que porque posee, en un grado superior, las facultades de las que está dotado; si su inteligencia es de la misma naturaleza que la suya, y sólo más ejercitada y más comprensiva, todo cuanto esta inteligencia produce en él, debería producirlo en ellos, en un grado, sin duda, inferior, pero en algún grado.

Si la religión proviene del miedo, ¿por qué los animales, algunos de los cuales son más tímidos que nosotros, no son religiosos? Si proviene del reconocimiento, al ser tanto las ventajas como los rigores de la naturaleza física los mismos para todos los seres vivos, ¿por qué la religión sólo pertenece a la especie humana? Si se indica como fuente de la religión la ignorancia de las causas, estamos obligados a reproducir continuamente el mismo razonamiento. La ignorancia de las causas existe para los animales más que para el hombre; ¿de dónde procede que sólo el hombre intente descubrir las causas desconocidas? Por otra parte, al otro extremo de la civilización, en una época en la que la ignorancia de las causas físicas ya no existe, y en la que el hombre ya no tiene miedo ante la naturaleza, ¿no veis que se reproduce la misma necesidad de una correspondencia misteriosa con un mundo y con seres invisibles?


Benjamin Constant

1 comentario:

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Me ha hecho pensar en la observación de Bacon sobre la divinidad que alcanza el hombre para el perro. Pero ¿hasta qué punto esta analogía resulta acertada, toda vez que el perro no obedece al Hombre (a la humanidad como melior natura) sino a su amo particular?

Por cierto, el libro de Benjamin Constant, De la religión considerada en sus fuentes, formas y desarrollo, es -sin hipérbole- magnífico.